El origen del Universo

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Por Teodoro Vives

Pocos astrónomos, si es que hay alguno, dudan hoy día de que el Universo esté en vertiginosa expansión. Como una colosal burbuja que se hincha, el espacio-tiempo se dilata en el Cosmos y, a gran escala, todo se aleja de todo. Este concepto sorprendente de la astronomía actual nunca pasó por la imaginación de nuestros antecesores. Para los antiguos astrónomos, y mucho más para los observadores del cielo en las primitivas civilizaciones, el Firmamento aparecía estático, inmutable y eterno.

Es cierto que el problema central de los antiguos filósofos griegos era explicar el movimiento, los cambios naturales de las cosas que observaban en la naturaleza. Por qué, por ejemplo, nacen, crecen y mueren los seres vivos o el tronco de leña se transforma en cenizas al arder. Dieron soluciones profundas, que culminaron en el hilemorfismo de Aristóteles: los seres son esencialmente sustancias afectadas de forma y accidentes, y lo que cambia es la forma o los accidentes mientras la sustancia o materia prima permanece. Pero es que además, para los filósofos griegos sólo hay cambios en el mundo sublunar y la trama o estructura de los cielos más allá de la Luna permanece eternamente inmutable. Ya en el siglo V a. de C. Parménides había dicho: ”El mundo verdadero permanece inmóvil y sin tiempo. No tiene principio ni fin.”

Con el advenimiento del Cristianismo se afianza la idea de la creación del mundo de la nada por Dios. El problema central de la filosofía pasa a ser la creación en el tiempo, que explica el porqué de la existencia del Universo. Dios es la causa primera del Universo. Pero el pensamiento cristiano concebía la creación como un acto de la voluntad divina, revelado en el Génesis, que se hizo de una vez al principio de los tiempos, sin evolución posterior. Durante siglos perduró la creencia de que todo el Universo, a partir de la Creación, estaba más o menos igual. De manera que la idea griega de un Universo inmutable persistió en Occidente hasta el siglo XX. Por simplificarlo en una sola frase: desde Parménides hasta el astrónomo norteamericano Edwin Hubble, en 1926, el mundo se concebía inamovible en su conjunto.

¿Por qué los científicos han cambiado tan radicalmente la imagen del Cosmos? ¿Cómo se ha llegado en la actualidad al convencimiento, sobre una base científica, de que el Universo evoluciona expandiéndose? Es curioso que el concepto de un Universo en evolución, la idea de que el mundo está en cambio constante, empezó a abrirse paso y a consolidarse en el mundo científico ya en el siglo XIX en dos ciencias muy diferentes de la astronomía: la biología y la geología. En biología con la teoría de la evolución de las especies, de Charles Darwin, y en geología con las teorías de Charles Lyell y Thomas Hutton sobre los procesos geológicos.

En las primeras décadas del siglo XX, gracias a la construcción de grandes telescopios ópticos, Hubble descubrió que existen innumerables galaxias exteriores a nuestra propia Galaxia, la Vía Láctea, y que esas galaxias están a distancias enormes. El análisis espectral de su luz reveló un corrimiento espectral hacia el rojo, que aumenta proporcionalmente con la distancia de las galaxias y, que en virtud de las teorías de la gravitación relativística indican una dilatación del espacio-tiempo del Universo.

Pero si el Universo se expansiona, retrocediendo en el tiempo se llega necesariamente a un estado inicial en el que toda la energía y materia tuvo que estar concentrada en un volumen pequeñísimo, a densidades y temperaturas altísimas. Aunque este Universo primitivo escapa a la imaginación, los científicos pueden representarlo matemáticamente por medio de modelos cosmológicos construidos sobre la teoría de la relatividad de Einstein y la teoría cuántica de Planck. El modelo cosmológico estándar postula un instante inicial, un punto singular del espacio-tiempo, en el que se produjo una gran explosión, llamada el “BIG BANG”, que marcó el origen del Universo. Se habla entonces de una edad del Universo, a partir de esa explosión, que las observaciones y las teorías cifran en casi 15.000 millones de años. Lo que había antes del origen, si es que había un antes, y la causa de la explosión son cuestiones que están fuera de la descripción científica del modelo.

La finalidad del conocimiento científico es encontrar relaciones causales entre los fenómenos observados en el Universo. Los científicos parten del principio fundamental de que cualquier proceso de la naturaleza revela huellas del pasado y, por otra parte, origina huellas en los sucesos futuros. De manera que los procesos observables forman cadenas de causas y efectos, que se entrelazan en una red de regularidades o leyes físicas según las cuales se producen los sucesos. La investigación del mundo natural viene siguiendo este esquema desde Lucrecio (siglo I a. de C.), quien afirmó que de la nada no puede salir algo por sí mismo, igual que ningún objeto del Universo puede desaparecer sin dejar rastro. Por eso los científicos nunca suponen, mientras sea posible, que una cadena de causas y efectos se rompe en algún punto. Siempre intentarán encontrar una transición, un paso de un suceso a otro…pero nunca una ruptura en el acontecer de las cosas. Pues una cosa es clara: ni un comienzo absoluto a partir de la nada, ni un final absoluto que desemboque en la nada, de series de sucesos pueden ser objeto de una explicación causal.

Aquí hay que establecer una distinción sutil entre origen y creación. El origen natural a partir de la nada es contradictorio y metafísicamente imposible, y eso es lo que dijo Lucrecio. Sin embargo, la creación de la nada por una divinidad omnipotente no encierra ninguna contradicción, siempre que se presuponga la existencia de la divinidad. De la nada absoluta, sin divinidad, no puede tampoco crearse nada por falta de creador.