La reformitis crónica

Clara García Sáenz

Demasiado ruido político por un asunto académico; las fuerzas de choque entre políticos liberales y profesores marginados; los primeros quieren decidir el proyecto educativo, la esencia del Estado; porque lo que se enseña en la educación básica va más allá de la cultura general, de saber leer y escribir, de sumar y restar; es la identidad nacional, “la escuela -dice Bourdieu- es fundamentalmente el instrumento ideológico del Estado nación”.

El proyecto de la educación socialista, del estado benefactor, de la procuración de la dignidad laboral da sus últimos estertores; muere frente a una nación que siempre llega tarde a la modernidad del primer mundo, tenemos más de medio siglo implementando medidas para “superar la pobreza”, “paliar la desigualdad”, “modernizar el campo,” “atraer inversión”, frases hechas que se repiten y se implementan, importando modelos ajenos a nuestra naturaleza cultural.

En los años 80, en medio de una de las más espantosas crisis económicas en México donde se racionaba desde la leche hasta la pasta de dientes, la escuela pública aún era en muchas partes del país una promesa no cumplida de la revolución mexicana, los libros de texto gratuitos eran verdaderas joyas cuando lográbamos tenerlos, sino todos, por lo menos el de matemáticas y español.

La reforma educativa hecha en los años 70, recortaba horarios de clase y cambiaba las asignaturas por áreas de conocimiento, reduciendo a cuatro las materias (español, matemáticas, ciencias sociales y ciencias naturales); entonces se dijo, era para alcanzar la “modernidad” y “abatir los rezagos”, desde entonces ni esa ni las que le siguieron hicieron mejorar la calidad educativa.

En los últimos 40 años, México ha ido exigiendo a sus maestros la profesionalización; primero en los ochenta a los profesores de primaria y secundaria, debían ser egresados de las normales, de ahí proliferaron las escuelas de verano particulares que los prepararon al vapor para que se acreditaran como tales. En los 90 la reforma llegó a las universidades, todos los maestros debían de tener título de licenciatura, recuerdo que muchos abandonaron las aulas después de tener años impartiendo como pasantes; ya en este siglo vino la exigencia por los grados académicos, las carreras magisteriales y todo eso.

Pero las reformas del sistema educativo no han cristalizado el anhelo neoliberal de lograr que seamos un país de primer mundo; la escuela como estrategia para lograrlo no ha sido exitosa porque tal vez se les olvida a los genios neoliberales que somos un país pluricultural, con hondas desigualdades, que trabajamos como nos es posible para sobrevivir, que el Norte es diferente al Sur; que la mayoría hemos asistido a la escuela como hemos podido y que la escuela pública, esa denostada y mil veces reformada por ellos ha sido en estas últimas décadas la única opción que hemos tenido para lograr una vida digna.

Es cierto que los hombres que administran este país están obligados y presionados por los organismos internacionales a reformar y reformar de acuerdo a los intereses del primer mundo; es cierto también que están convencidos de que su sistema económico neoliberal es el mejor y todos los días defienden su ideología capitalista, que al igual que los conservadores mexicanos del siglo XIX (aquellos que trajeron a Maximiliano a gobernar), tienen las mejores intenciones de progreso para este país; todo eso lo podemos entender, pero por favor, ¿podrían ser menos estúpidos?

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