De Funcionarios, Bodas y Sesgos Optimistas
David Brondo

¿Por qué un hombre ilustrado, exitoso, inteligente y bien posicionado como Santiago Nieto se casa en una suntuosa ceremonia de 300 invitados en el lujoso hotel Santo Domingo de Antigua, Guatemala, a pesar de ser un grandísimo riesgo para su trayectoria política en el servicio público?

¿Por qué lo hace si sabe perfectamente que —como director de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda— se ha convertido en una pieza fundamental de un régimen cuyos estandartes de batalla ante la opinión pública son la sobriedad y la autoridad republicana?

¿Por qué Nieto desafía de esa manera a un presidente que —al menos en su discurso— aborrece la fastuosidad y el boato de los ceremoniales sociales y no tiene empacho en decir que él, el mandatario, y sus colaboradores no son iguales a los ricos y a los políticos de antes, marcados por un pasado de opulencia y ostentación?

¿Por qué un conocedor de los lineamientos del nuevo régimen y del pensamiento del presidente López Obrador rompe así, sin más, las reglas no escritas del sistema y los rígidos códigos de austeridad? ¿Qué lo lleva a hacer de su boda un evento político? ¿La ambición? ¿Las ganas de acumular poder?

Podríamos decir que se casó de esa manera por amor. O simplemente porque le dio la gana; porque él y su esposa, la consejera del INE, Carla Humphrey, así lo decidieron. Sin embargo, la austeridad republicana —la justa medianía de los servidores públicos invocada una y otra vez por el presidente López Obrador— no suele hermanar con el boato y el postín.

“Querían Nieto y Humprey boda discreta”, cabeceó el lunes el periódico Reforma en primera plana. Pero no pudieron: las autoridades de Guatemala incautaron en el Aeropuerto Internacional La Aurora 35 mil dólares en efectivo no declarados a uno de los 300 invitados a la boda.

Los fajos de billetes se confiscaron a un grupo que viajó en un vuelo privado. En el avión venía una funcionaria de primer nivel de la Ciudad de México: Paola Feliz Díaz, secretaria de Turismo del gobierno de Claudia Sheimbaum. La funcionario y el resto de los viajeros fueron retenidos por unas horas. Un escándalo llevó a otro y a otro hasta topar en el fasto, la ostentación, de la boda. La batahola en Guatemala y en México no se hizo esperar: la boda no pudo ser discreta.

El colofón no podía ser otro: Santiago Nieto salió —corrido, humillado— por la puerta de servicio del gobierno de López Obrador. La mano de hierro del mandatario no tuvo contemplaciones. El costo de su ostentoso enlace matrimonial en Antigua fue demasiado caro. Sucumbir ante el hedonismo del esplendor y la opulencia de una boda en el extranjero lo llevó a dejar el poder.

En su ensayo “Estupidez con Conocimiento de Causa”, el estudioso francés Yves-Alexandre Thalmann señala que no es contradictorio considerar que un individuo sea sumamente inteligente y que al mismo tiempo pueda cometer actos disparatados.
Thalmann señala que algunos exponentes de la psicología pretenden explicar el punto como una falta de control de las emociones. Es decir, “las emociones que abruman al individuo y eclipsan momentáneamente su capacidad de reflexión”.

Sin embargo, el tiene otra explicación “más prometedora”: los sesgos cognitivos. Doctor en Ciencias Naturales, profesor de Psicología en el Colegio Saint-Michel de Friburgo, Suiza, El especialista lo explica así: “Un sesgo cognitivo es un error de razonamiento que se produce sistemáticamente: al igual que las ilusiones ópticas, aunque conozcas el truco, sigues cayendo en él”. 

De los muchos sesgos, el estudioso repara en uno presente en las acciones estúpidas: el optimismo. “Resulta que somos muy optimistas cuando se trata de nosotros mismos”, escribe en su ensayo. “Tendemos a pensar que conducimos mejor que la media y que tenemos menos riesgos de sufrir enfermedades o de divorciarnos de lo que indican las estadísticas. Vivimos como personas únicas y especiales, diferentes a las demás”.

Y agrega: 

Esa sensación de inmunidad, conferida por el sesgo de confianza excesiva, se refuerza con una sensación de impunidad, que a su vez es el resultado de muchas experiencias de nuestra vida que no han tenido consecuencias. Si lo pensamos bien, a menudo trasgredimos las reglas sin que nos cueste nada: ¿cuántas infracciones por exceso de velocidad, cuántos retardos en el trabajo o cuántas pequeñas mentiras quedan impunes? ¡Probablemente la mayoría! Sin embargo, a fuerza de experimentar transgresiones que no conllevan a ningún castigo, el cerebro asume que hay poco o ningún riesgo (lo cual es una conclusión lógica) de ser detenido después de un acto estúpido que provoca algún destrozo.

El optimismo, la sensación de inmunidad, fue lo que llevó al ex director de Pemex, Emilio Lozoya, sujeto a procesos judiciales por delitos graves, a salir de su casa y cenar a la luz de las velas con vinos de importación y exquisiteces exóticas en un lujoso restaurante de la Ciudad de México.

Ese mismo optimismo llevó a Nieto a realizar su boda en Antigua. En ambos, la sensación de inmunidad los llevó a la peor de sus desgracias. Uno perdió la libertad, el otro sufrió una estrepitosa caída de uno de los pedestales más altos del sistema. 

Ambos funcionarios son considerados por un extendido juicio como personajes muy inteligentes, pero, como dice Thalmann, la inteligencia, (el coeficiente intelectual) no te protege de las tentaciones.

Galerín de Letras

Santiago Nieto anunció así su salida de la Unidad de Inteligencia Financiera en un tuit: “Antes de que pudiera afectarse al proyecto, por las críticas derivadas de actos de terceros relacionados con un evento personal y transparente, preferí presentar mi renuncia como titular de la #UIF. Mi lealtad es con el Presidente @lopezobrador_Mi amor para @C_Humphrey_J”. 
Un cibernauta le respondió: “Ahí es donde se equivocan los (funcionarios) de la 4T, la lealtad se la deben a la nación, no a López Obrador”. 

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