Clara García Rutinas y quimeras

¿Cómo se cuenta una historia que ya todos conocemos? ¿Cómo se dicen aquellas cosas que todos sabemos? Estas preguntas son las que me han andado en la cabeza durante la pandemia, todos confinados, limitados en la circulación y en la acción social. Escribiendo de la pandemia y desde la pandemia.

Nadie ha podido escapar a eso, ni la ciencia ficción que se adelantó a contarlo, ni la historia que lo ha narrado tantas veces. Los únicos sordos y ciegos son los protagonistas del drama, la humanidad avanzada del siglo XXI que lo único que hace en cada momento es manifestar su deseo de divertirse.

Atropelladamente un día de marzo nos despedimos en la oficina con el inminente aviso del cierre; nadie, absolutamente nadie teníamos conciencia de lo que estaba pasando, de lo que iba a suceder, todavía hoy seguimos así, 100 días después. Ni la ciencia, ni los poderosos Estados Nacionales, tienen respuestas aún y se cumple diariamente lo que Benedetto Croce dice respecto al presente, “ninguna sociedad tiene conciencia del presente porque al estar inmerso en este no puede comprenderlo, solo a través de la historia será capaz de explicarse el ahora, pero mucho tiempo después”.

La vida pasa en el confinamiento, una forma de verse hacia dentro, no eran unos días en casa, es la vida misma. Descubrir que la vida, nuestra vida no está en el exterior, si no en lo íntimo, en lo cotidiano, en la rutina doméstica; sentarse a disfrutar una comida casera, platicar largo rato haciendo sobremesa, asearnos sin prisa, elegir la mejor hora del día para leer, ver alguna película o serie, descombrar el rincón que por años quisimos limpiar, tirar cosas que ya no son útiles. Dormir sin el estrés de despertar con prisa, tener tiempo para estar con nosotros.

Ver pasar la vida, sin festejos, sin amigos, sin parientes, así, solo a lo lejos platicar y decir como en tiempos de guerra, “algún día pasará esto y volveremos a estar juntos, solo que con algunas bajas”.

Todo desapareció del escenario de pronto y cual película de ciencia ficción, vimos los grandes monumentos, las ciudades cosmopolitas, los estadios, las plazas, las playas vacías. Sin aviones en el cielo, sin pasajeros en ninguna estación.

Sin consumo, mostrando la fragilidad del mercado, el mundo se reinició, por la prisa del dinero y no de la salud; las pocas horas de sol en Europa se escapaban peligrosamente ante un confinamiento largo; más valía perder la vida que perder el verano.

Así la humanidad decidió liquidarse ella misma, da igual la recomendación de la Organización Mundial de la Salud o en México el semáforo de Susana Distancia, brincarse el confinamiento, burlar a las autoridades, salir, salir, salir masivamente, es la decisión final de una sociedad que muestra nuevamente lo irracional de su conducta. La posmodernidad no es una cuestión del avance humano sino solo un momento histórico para quienes nos vean a 100 años de distancia y nos consideren poco civilizados.

E-mail: claragsaenz@gmail.com

Columna Rutinas y quimeras. Es la vida misma