Columna Camina Conmigo

Uno de los rubros que me ha tocado vivir en mi vida es el ser profesor (para algunos maestros y para los más osados sensei, un título que me da una sonrisa), en algunas universidades de Reynosa.

Aprender es un ejercicio, eso le he dicho a cientos de estudiantes de psicología que han pasado por el salón de clase donde he aprendido a enseñar. ¿Por qué digo esto? Aprender nos lleva a usar el neocortex, es decir, el cerebro que nos hace tener una razón y la toma de decisiones; es él, el que no mueve a tener que hacer la acción que el estómago quiere que se haga, ¿por qué? Al cerebro le gusta estar agusto, sin preocupaciones, es cobarde, no le gusta arriesgarse, cuando aprendemos quitamos su homeostasis (o sistema de tranquilidad o paz se supone debe tener) y buscará por todos los medios regresar a ese lugar, porque no le gusta estar en estrés continuo, cosa que el pensar y el aprender nos hace tener.

Miren ejemplos sencillos, cuando comenzamos a caminar, el estómago nos impulsaba a hacernos bípedos (de dos pies), pero el cerebro prefería ser o cuadrúpedo (a gatear) o estar en completa homeostasis (no pararnos). Cuando aprendimos a manejar el color rojo nos decía, alto; el amarillo, precaución; y el verde, continua, al principio teníamos que coordinar la sensación de la velocidad, con la regla que está escrita en tránsito, por eso aprendimos a hacer lo que nos decía que era lo “correcto”, después lo hicimos por automático. Podríamos poner cientos o miles de ejemplos de cómo el pensar es una acción, y las acciones nos mueven o nos paralizan, pero ambas, vienen de pensar y aprender.

Bien dicen que “el único animal que cae en la misma piedra dos veces, es el hombre”, sin embargo, el psicoterapeuta Carl Gustav Jung nos dice: “La vida es sabia, y nos manda muchas formas de aprender, pero si no aprendes la lección, te mandará otra forma más fuerte, para que la aprendas”.

Saben cómo piensan los pobres (y no hablo solamente de los económicos, sino de los intelectuales, espirituales, de salud, etcétera), “Yo no necesito aprender”, “eso ya lo sabía”, “no tengo tiempo para ese tipo de cosas (como la lectura, el razonamiento, la comprensión lectora, etcétera)”, “qué puedo aprender que no sepa”, y muchas ideas absurdas más, por qué, porque les da pereza aprender, les da pereza buscar, les da pereza pensar, leer, estudiar, conocer, comprender y actuar en pro de ellos mismos.

He escuchado sinfín de estudiantes que dicen “yo sólo quiero el papel”, y no estudian, y son los más arriesgados a hacer el trabajo que no saben; es más, dicen: Profe, soy tan inteligente que hice que me firmaran el servicio y las prácticas profesionales, ¡en realidad te sientes inteligente! Les digo, ambas cosas te ayudan a entender la necesidad de la colaboración a tu gente (servicio social), y cómo podrás trabajar en lo que se supone estás estudiando (prácticas profesionales), pero ellos se sienten inteligentes, ¡por favor!

Aprender es un ejercicio, nos guste o no nos guste, no aprenderemos si sólo leemos y no accionamos lo leído; si sólo pensamos que haremos, pero no lo hacemos.

Aprender nos dará disciplina, hábitos, necesidad de seguir aprendiendo, y sobre todo de discernir lo que hemos aprendido, porque la comprensión (no sólo la lectora) y el aprendizaje significativo (la acción en vida) serán unas grande maestras o maestros.

Ahora con el Covid-19 la necesidad de aprender a aprender fue obligatoria, aprender a ser mejor ciudadano (tapa bocas por los demás, sana distancia por lo mismo); aprender a ser mejores padres o por lo menos ser padres (la escuela, el cuidado 24/7 de los hijos); aprender a cuidar la salud, etcétera. El Covid nos obligó a ver desde adentro y a hacer para afuera, es decir, a hacernos autoanálisis y poder sacar en la sociedad lo mejor que uno tiene.

Nos toca aprender siempre, espero que tengamos el ánimo y el hábito de siempre buscar.

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Por lo demás camina conmigo, te puedo asegurar que siempre estaremos buscando y por ende, aprendiendo.  Hasta la próxima.

Aprende a aprender