Una nota antes de empezar
El presente artículo se ofreció a diversos medios de distribución nacional en el año 2014, y posteriormente, sin que fuera posible su publicación. Ya desde enero del citado año, la respuesta del primer editor fue que “no sería apropiado” publicar este texto en el marco del centenario de Octavio Paz. De los demás medios hubo negativas, pretextos y silencios que no vale la pena reseñar, salvo por el hecho de que con seguridad fueron cinco importantes medios contactados, además de intentos infructuosos a través de periodistas y académicos, para dar a conocer el contenido de lo que a continuación se lee. Por esta razón, se agradece muy especialmente el valor civil y compromiso con la libertad de expresión de Primera Vuelta al difundir este trabajo, que será publicado en dos entregas.
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Por María de Guerra
Primera parte
“Un sauce de cristal, un chopo de agua” parecía ser un verso fundacional, se pensó que Piedra de sol, de Octavio Paz, había quedado establecido en 1957[i] casi como la primera piedra para una futura catedral de poesía mexicana. Mas ahora ha surgido la obligación ética de poner en duda la autoría de ese primer verso.
Claro está que el poema Piedra de sol es espléndido, rutilante; los endecasílabos son lanzados como rayos de distinta calidad de luz, como provenientes de un prisma. Pero más o menos pasada la mitad del poema (584 versos), un lector sensible comienza a presentir que se trata de una fórmula; que hay un engolosinamiento de un autor meramente cerebral.
Esa intencionalidad de encandilar tal vez no pueda ser demostrada. Sin embargo, el hallazgo de las dos primeras imágenes del poema, tienen otro dueño, y se llama: Federico García Lorca.
“Un sauce de cristal, un chopo de agua” es un verso potente y sonoro. Octavio Paz logró una afortunada combinación al encabalgar dos metáforas que aumentan la idea de limpidez. Alcanza incluso la aparición de un segundo plano en el que se encuentra una sinestesia derivada de la fonética (o de la onomatopeya) – disculpar los términos técnicos –: en las sílabas cris-tal hay un sonido de algo que se estrella y la palabra chopo puede remitir al chapoteo en el agua. Y para explicar apenas un poco sobre la figura de la sinestesia en este verso, digamos que lo visual, lo táctil y lo auditivo quedan mezclados en un sauce cristalizado y en un chopo líquido. No obstante todo lo anterior, el riesgo poético y la elasticidad mental que une a cada árbol con elementos minerales de distinta cualidad no son de Octavio Paz.
“Sauce de cristal” está en una línea de un personaje incidental en el drama lorquiano Mariana Pineda[ii]. En la escena VII, los conspiradores vienen de la lluvia con las capas mojadas, luego de saludar a la heroína y a don Pedro, de comentar sobre el frío y la dificultad del camino, Lorca escribe en la línea que ha de decir el Conspirador 2º: “(Melancólico.) La lluvia, como un sauce de cristal, sobre las casas de Granada cae.”
La unión entre chopo y agua también es una pirueta de Lorca, y aparece en sus Primeras canciones[iii], libro publicado en 1922, en el primer texto titulado “Remansos”. A continuación, se transcribe el breve poema:
Cipreses Mimbre
(Agua estancada.) (Agua profunda.)
Chopo Corazón
(Agua cristalina.) (Agua de pupila.)
Aunque se pueda hablar de ideas concomitantes o de metáforas universales, relaciones obvias o marco cultural, no es el caso, y tampoco sería excusa, pues el trabajo del poeta es dar ese giro o agregar ese ingrediente fresco. Sí, los árboles echan sus raíces buscando los mantos freáticos, y hasta en México tenemos ahuehuetes, “viejos del agua”. Y también muchos poetas han comparado el color de la luna con el de los nardos, entre ellos Juan Ramón Jiménez, pues ese tono cremoso está en la flor y el cuerpo celeste. Sin embargo, la luna “con su polisón de nardos” de García Lorca gana en sentido lúdico.
Los demás argumentos posibles en defensa del genio auténticamente poético de Paz estarían cerca de las endebles réplicas a los vergonzosos escándalos o denuncias de plagio intelectual de los últimos siete o diez años en México. Que es un homenaje al autor plagiado. ¿Y por qué no se usan itálicas, comillas y se expresa tal pleitesía? Que lo que importa es el resultado final o que son préstamos. Ahí queda manifestada la carencia del poeta (aunque se trate de un erudito). Otros barajan los versos de un compañero y en el nuevo acomodo encuentran su libro.
La defensa más contundente sólo puede estar en la belleza y la novedad del resto del poema que nos ocupa. Por ejemplo, recordar a “Filis que tenía dos hoyuelos donde bebían luz los gorriones”. Momento lleno de gracia. Y casi enseguida: “Por la Reforma Carmen me decía / ‘no pesa el aire, aquí siempre es octubre’ / …” Sencilla narración que se une a la irrupción de un nuevo personaje femenino en el poema, la idea de ligereza y de paseo es clara y deliciosa. O: “Yo vi tu atroz escama, / Melusina, brillar verdosa al alba, / dormías enroscada entre las sábanas, / y al despertar gritaste como un pájaro…” Lo fantástico, la minucia de pintar el brillo de una escama, lo monstruoso o lo animal que se manifiesta en lo femenino, en la cópula: Una genialidad. Aparentemente, una genialidad.
Entonces, la siguiente pregunta es acerca del talento y del talante artístico de Octavio Paz. ¿Hay entre todos sus versos la riqueza y la autenticidad suficiente para que su fusil sea un caso aislado, una desafortunada coincidencia? Cabe aquí una expresión de desánimo. Pues cabe también otro ejemplo de sus “fuentes de inspiración”. El poeta Gerardo Deniz publicó en 1994 en la revista Viceversa un texto titulado “Salamandra” (recogido en los libros En paños menores – Tusquets, 2008 – y Red de agujeritos – Ficticia, 2012 –) sobre el poema primero así llamado de Octavio Paz. Ahí, con su prosa de estilo delicioso, Deniz da cuenta de que el tercer verso del poema es la tercera acepción de la palabra salamandra del Diccionario enciclopédico.
i Octavio Paz, La centena (poemas: 1935-1968)
pág. 97
Barral Editores
España, 1969
ii Federico García Lorca; Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa…Primeras canciones, Canciones.
Pág. 43
Editorial Porrúa, “Sepan cuántos…” Núm. 255
México, 1995
iii Íbid. Pág. 217