El primer rascacielos de la ciudad permanece como un referente y es un sitio turístico que maravilla por la vista que ofrece hacia cualquier punto de la capital
FUENTE EXCELSIOR
CIUDAD DE MÉXICO.- La Torre Latino es un edificio carismático, así la define Pedro Fosas, actual administrador del inmueble que en su cumpleaños 60 sigue siendo el icono por excelencia de la Ciudad de México. Y lo es.
Tan sólo en una hora, en un día entre semana, al edificio, situado a cuatro cuadras del Zócalo llegó un grupo de 40 chicos de León, Guanajuato. Mientras bajaba en los elevadores, otro grupo de una escuela secundaria ya aguardaba a subir hasta el mirador.
Allá arriba, en el piso rodeado de rejas y donde constantemente soplan ráfagas de viento, parejas se tomaban fotografías con el cielo gris y contaminado de la ciudad.
La Latino, como se le conoce popularmente, es un icono sin rival de la capital. Tal vez sólo rivaliza con el Ángel de la Independencia. No más.
Hace 60 años fue concebida como una copia a escala del Empire State Building, de Nueva York, con su forma de pastel de cumpleaños, es decir, una capa robusta abajo, otra de menores dimensiones encima y finalmente una más estrecha y elevada.
Fosas explicó que el proyecto inicial era de sólo 27 pisos, sin embargo, la firmeza de la cimentación dio confianza al arquitecto Augusto H. Álvarez y al director de la construcción, Adolfo Zeevaert, para construir 17 pisos más y lograr un edificio esbelto que durante 28 años fue el más alto de México.
La torre es un hito desde cualquier costado. Los pilotes incrustados en la piedra a 33.6 metros de profundidad y revestidos en un bloque de concreto de cuatro metros de espesor le han dado una resistencia legendaria.
Entrevistado en su oficina del piso 16, Fosas destrozó la historia de que la torre está montada en gatos hidráulicos que la mecen para evitar que colapse durante terremotos.
Es un mito, una leyenda urbana. Sólo son los pilotes. La amortiguación está en el suelo”, explicó, y repitió “es una leyenda urbana”.
Lo real es que su posición privilegiada y su edad le dan lo mismo ventajas que desventajas en el mundo inmobiliario.
No cuenta con estacionamiento, sin embargo, está envidiablemente conectado vía trolebús, Metro y metrobús, en un radio que va desde su propia acera y hasta dos cuadras a la redonda.
Por su edad, los costos de renta son menores que en el resto de la ciudad, 10 dólares por metro cuadrado (eso da un promedio de 18 mil pesos por una oficina de 100 metros cuadrados) contra los 36 o 40 dólares en que pueden rentarse pisos del corredor Reforma (alrededor de 72 mil pesos por la misma superficie de 100 metros cuadrados).
Eso ha permitido que 90 por ciento del edificio esté ocupado por giros tan diversos como inmobiliarias, gimnasio, oficinas compartidas (coworking), agencias de viajes, ópticas, dentistas, abogados, etcétera. La torre recibe diariamente entre 500 y mil personas que laboran ahí o visitan algunos de sus establecimientos, explicó Fosas.
El bajo costo de renta de oficinas implica, en contraste, que no se tiene suficiente margen de ganancia para obtener los 200 millones de pesos que costaría renovar la fachada con materiales similares a los que fueron instalados hace 60 años.
EN 360º
Es el edificio consentido de la ciudad por su mirador repartido en los pisos 40, 41 y 42, que ofrecen una vista de 360 grados de la capital. Incluso el portal Webcams de México tiene cámaras en cada costado para ofrecer imágenes en video continuas de la capital.
El medio millón de personas que suben al mirador cada año corren hacia los ventanales y telescopios, a tomarse fotografías a buscar a lo lejos su casa (o algún punto de referencia cercano).
La vista desde lo alto de la torre, maravilla. Sobre todo al anochecer, cuando la ciudad deja sin aliento a quienes contemplan las cientos de miles de luces.
Los turistas atestan el mirador, se apiñan para observar, reconocen avenidas, siguen a los aviones aproximándose al aeropuerto, se deleitan con el blanquísimo Palacio de Bellas Artes, observan el horizonte de rascacielos de Reforma, miran extasiados el enjambre de gente que camina por la luminosa calle Madero o señalan el inmenso Zócalo empequeñecido desde las alturas.
Historia de una esquina que se convirtió en icono
Tiendas, cafeterías y oficinas se ubicaron en el lugar antes de que se construyera la Torre Latino
La Torre Latinoamericana se ubica en la que tal vez sea la esquina más famosa de la Ciudad de México.
Durante la Colonia era tal la importancia de la calle San Francisco (iniciaba en la actual Madero y Eje Central y tomaba nombre del que era el convento más grande de la ciudad) que en 1638 el virrey Lope Díez de Aux y Armendáriz ordenó que en dos tramos de esa calle se ubicaran todos los plateros de la Ciudad.
A finales del Siglo XIX, con la desocupación de secciones del convento, en la esquina se construyó un edificio de despachos, oficinas y en la planta baja había boutiques, tiendas de artículos fotográficos, sastrerías, una casa de té y la cafetería La Ópera que luego se mudó a 5 de Mayo como bar.
En 1906 se fundó la Compañía de Seguros Latinoamericana que ocupó el edificio y tuvo tal éxito que en 1930 adquirió el inmueble y obtuvo el permiso para demolerlo y construir otro estilo art déco que fue concluido en 1937.
El edificio tuvo una vida efímera. En 1947 se obtuvo el permiso para su demolición y para excavar el terreno para cimentar la Torre Latinoamericana.
El edificio está construido sobre una cama de 361 pilotes que alcanzan una profundidad de 33 metros y llegan hasta el manto de roca y atraviesan uno de arcilla. Los pilotes están reforzados con una cama de concreto de cuatro metros de espesor.
El edificio tiene un peso de 24 mil 100 toneladas y una superficie aproximada de 28 mil metros cuadrados.
Cuenta con siete elevadores, seis dan servicio de la planta baja al piso 37 (alternándose para atender pisos intermedios) y fueron considerados en su momento de los más rápidos del mundo.
El séptimo elevador opera del piso 37 al 42.
Un rasgo curioso sus elevadores es que cuentan con elevadoristas que dosifican el ingreso de gente y la distribuyen entre ellos.
URGE RENOVACIÓN
Mientras se cumplen los 60 años del edificio y se imprimen billetes de lotería y boletos del Metro para conmemorarlo, la Torre Latino envejece y requiere de una urgente intervención para evitar que pierda su aspecto.
De acuerdo con Pedro Fosas, administrador del edificio, se requieren entre 200 y 250 millones de pesos para renovar cristales por unos que generen ahorro de energía, sustituir los marcos de aluminio de las ventanas y el cristal azul, que es el que da el aspecto característico.
Con los recursos que se generan aquí (vía renta de despachos y de espacio para antenas), imposible. A lo mejor podríamos hacer piso por piso, pero tardaríamos mucho.
Nos hemos sentado muchas veces con la autoridad para que nos ayude. ¿Con qué puede ser? Con publicidad”, responde Fosas.
Hace un año se instaló una pantalla en la parte alta del edificio y fue retirada por orden de autoridades de Bellas Artes y del Gobierno de la Ciudad de México.
Ésa es la paradoja de la Latino. Para renovarse requiere recursos que llegarían vía publicidad, sin embargo, el edificio no puede ser intervenido para instalarla por ser un monumento artístico.
Un campo que se ha explorado, y que es la tercera fuente de ingresos, es la renta de espacio para instalar antenas de telecomunicaciones.
Es el centro del centro, muchas compañías de telecomunicaciones están instaladas. Es una de las áreas del edificio que más generan y es de las partes en que sí podemos seguir creciendo, porque (ingresar) más gente en el mirador es difícil”, aseguró Pedro Fosas.
Pasó su prueba de fuego en 1985
Tal vez el día más histórico para la Torre Latino fue el 19 de septiembre de 1985. Cuenta la historia que Adolfo Zeevaert, director de la obra de construcción de la torre, estaba en su oficina, “solía llegar a las siete de la mañana. Estaba parado dando la espalda a Eje Central”, relata el vocero oficial de la administración de la torre, Pedro Fosas.
El golpe del sismo, que echó por tierra alrededor de 400 edificios, puso en alerta a Zeevaert, quien se acercó a la ventana del lado poniente, hacia el Eje Central.
Desde ahí vio caer, entre otros, el restaurante Superleche y el Hotel Regis. Una nube de polvo se elevó en el horizonte. En la Latino no se rompió ni una sola ventana.
A 30 años de distancia la Latino goza de cabal salud.
De acuerdo con Fosas, el edificio está ocupado al 90 por ciento y sus ascensores, manejados exclusivamente por mujeres, están permanentemente ocupados.
Los primeros siete pisos son propiedad de Carlos Slim. El octavo es de la Compañía de Seguros La Latinoamericana, constructora y primera dueña del edificio. En 2008 se crea Miralto que es propietaria de los pisos 36 al 42.
Entre las oficinas se encuentran, sobre todo, despachos de abogados que necesitan estar cerca de los tribunales construidos en 2005 en avenida Juárez.
Fosas explica que hay consultorios médicos, salones de belleza, agencias de viajes y recientemente iniciaron a operar dos pisos de coworking (oficinas compartidas) y un gimnasio que abrió este año en el piso 15.
Esto se suma a los museos del Bicentenario y al Museo de la Ciudad, que relata la historia de la capital.
En este segundo museo hay dos secciones relevantes, en una se explica el proceso de construcción del edificio y resguarda el reloj y el carillón que no han dejado de marcar sonoramente la hora cada quince minutos.
La otra describe los destrozos de los sismos de 1985 en los alrededores de la torre y está ambientada con la crónica de Jacobo Zabludowsky para la radio aquella mañana del 19 de septiembre de 1985, cuando Zeevaert atestiguó desde su ventana el desastre en la ciudad mientras su edificio resistía su prueba épica.