
El 24 de septiembre de 2023, en el desierto de Utah en Estados Unidos, se recuperó una cápsula que la sonda espacial OSIRIS-REx de la NASA dejó caer al pasar cerca de la Tierra. La cápsula contenía 122 gramos de polvo y roca del asteroide Bennu que la sonda había recolectado en 2020, material que se repartió a equipos científicos de más de 40 instituciones de diversas partes del mundo.
Tres de los análisis que se hicieron se publicaron y encontraron que Bennu tiene una mezcla de materiales provenientes de todo el Sistema Solar, e incluso de más allá.
“Este es un trabajo que no se puede hacer con telescopios”, dice Jessica Barnes, profesora asociada del Laboratorio Lunar y Planetario de la Universidad de Arizona (UA) y coautora principal de una de las investigaciones publicada en la revista Nature Astronomy.
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La investigadora añade que es “súper emocionante poder decir estas cosas finalmente sobre un asteroide al que soñábamos visitar desde hacía tanto tiempo y del que finalmente trajimos muestras”.
Bennu, de acuerdo con la reconstrucción hecha por el equipo de Barnes y Ann Nguyen (del Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston), está formado por fragmentos de un asteroide “progenitor” más grande que se desintegró tras colisionar con otro asteroide, probablemente en el cinturón de asteroides que está entre las órbitas de Marte y Júpiter.
El asteroide progenitor estaba compuesto de material de diversos orígenes: de cerca del Sol, lejos del Sol e incluso proveniente de otras estrellas. Todo esto se fusionó hace más de 4 mil millones de años durante la formación de nuestro sistema solar, “posiblemente más allá de los planetas gigantes Júpiter y Saturno”, dice Barnes en un comunicado de la Universidad de Arizona, desde donde se coordina a los equipos científicos que recibieron muestras de Bennu.
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La composición química y de elementos radiactivos de las muestras de Bennu son similares a la de Ryugu, un asteroide muestreado por la misión japonesa Hayabusa 2 en 2019; también a los meteoritos químicamente más primitivos encontrados en la Tierra, lo que sugiere que sus asteroides progenitores podrían haberse formado en una región compartida del sistema solar primitivo.
Agua, micrometeoritos y precursores de vida
Los otros dos reportes de investigación se publicaron en la revista Nature Geoscience. Uno de ellos, encabezado por Tom Zega, también de la Universidad de Arizona, y Tim McCoy, conservador de meteoritos del Smithsonian Museum, encontró muestras en las que el 80% de los minerales contienen agua en su interior.
Esa agua se creó hace miles de millones de años, cuando el sistema solar aún se estaba formando; probablemente se incorporó al asteroide progenitor como hielo, pero luego se derritió, quizá por el calor de los choques y la presencia de los materiales radiactivos. Como agua líquida participó en diversas reacciones químicas con otros materiales del asteroide.
Por su parte, el tercer reporte, dirigido por Lindsay Keller de la NASA Johnson y Michelle Thompson de la Universidad de Purdue, informa sobre cráteres microscópicos y diminutas salpicaduras de roca fundida en la superficie de las partículas de Bennu, señales de que el asteroide ha sido impactado por micrometeoritos, algo que está ocurriendo mucho más rápido de lo que se creía posible.
Esta información se suma a la dada a conocer a finales de enero de este año por un equipo de la Universidad Goethe de Frankfurt que también encontró rastros de agua y precursores de moléculas biológicas como aminoácidos, lo que permite seguir conociendo y haciendo hipótesis sobre el origen y la evolución del Sistema Solar y quizá también de la vida.
Por Latinus





