Pocos lugares están a salvo del coronavirus. Pero Samantha Cristoforetti conoce uno: la Estación Espacial Internacional (EEI), donde pasó 200 días en 2014 al 2015, podría ser el lugar perfecto para evitar una pandemia global. La tripulación de la EEI es “la gente que está más segura del mundo”, dice la astronauta italiana riendo. 

El lugar donde nos vamos a reunir no es tan a prueba de covid: un restaurante en Colonia. Estamos en una terraza llena de gente con vistas al Rin. El estado de ánimo es tan despreocupado que nunca sabría que Alemania acaba de informar un aumento en los casos de covid-19. 

Aún así, el Limani, un restaurante de estilo griego en Rheinauhafen, es una opción lógica para Cristoforetti. La astronauta de 43 años ha vivido en esta ciudad, hogar del Centro Europeo de Astronautas, durante los últimos 11 años, y a menudo almuerza aquí.  Para Cristoforetti, el covid-19 es una prueba más de la fragilidad de la raza humana.

Mirando hacia la Tierra desde la EEI, vio cráteres de impacto, líneas de colisión y signos de erosión, procesos que se remontan a millones de años. Todo lo que los seres humanos han producido, desde las pirámides hasta los rascacielos, parecían sorprendentemente efímeros en comparación a estas obras naturales. 

“Como especie, somos tan temporales, transitorios, que podríamos desaparecer y la Tierra seguiría moviéndose”, dice. “No hay nada permanente o inevitable en nosotros”, agrega la astronauta. 

Sin embargo, cualquiera que desee una prueba de lo que los humanos pueden lograr no necesita buscar más allá de la propia Cristoforetti. Antes de convertirse en la primera mujer italiana en el espacio, fue capitana de la fuerza aérea italiana y piloto de combate calificado. Habla cuatro idiomas y actualmente está aprendiendo el quinto: chino. También tiene una licenciatura en Ciencias Aeronáuticas y una maestría en Ingeniería Mecánica. 

Como era de esperar, “AstroSamantha” es una gran estrella en su natal Italia. Pero le irrita la atención.  A juzgar por el tiempo que tardan en atendernos, los meseros de Limani Samantha Cristoforetti, astronauta en la Agencia Espacial Europea claramente no tienen ni idea de quién es ella. Cuando finalmente nos traen nuestros menús, Samantha Cristoforetti opta por la ensalada de pulpo y callo de hacha con mango. 

Yo me decido por el besugo frito con espinacas.  Mientras el mesero nos trae agua mineral, le pregunto a Cristoforetti cómo comenzó todo. Creció en Malé, en el norte de Italia, donde sus padres manejaban un hotel, y pasó su infancia esquiando en las montañas y explorando los bosques cercanos, “soñando con aventuras”. 

Cuando era joven, comenzó a practicar kárate y buceo mientras sus amigos de la escuela aprendían a conducir. Ser tan determinada hacía que fuera difícil llevarse bien con ella. “Yo era muy exigente… y no suavizaba nada”, dice. “La gente o me amaba o me odiaba”. 

Esta dureza claramente demostró ser una ventaja cuando en 2009 fue elegida entre 8 mil 400 aspirantes para convertirse en astronauta de la Agencia Espacial Europea. Siguieron casi cinco años de capacitación, descritos en su libro Diario de una aprendiz de astronauta.

Es una odisea increíble, incluso antes de llegar al espacio, con una extensa preparación en Houston, Colonia, Tsukuba en Japón y la legendaria Star City de Rusia.  Nada, dice, podría haberla preparado para la vida en órbita. La ingravidez se siente como “una explosión de libertad”, mientras que el acto de pasar de los reducidos cuarteles de Soyuz a la EEI es “como un segundo nacimiento”. 

La vida en la EEI no es solo dar volteretas en el aire y hacer videos divertidos. La tripulación tenía mucho trabajo de laboratorio por hacer, incluidos experimentos para estudiar los efectos del espacio en la fisiología humana. 

Ella dice…

“Como especie, somos tan temporales, transitorios, que podríamos desaparecer y la tierra seguiría moviéndose, no hay nada permanente o inevitable en nosotros”.

En las semanas posteriores a su regreso, se dio cuenta de que extrañaba el espacio. “Fue una especie de melancolía. Pensaba que la estación espacial todavía estaba ahí arriba, la vida continúa y yo ya no soy parte de ella”. Desde entonces, su agenda ha sido implacable. 

Tenía la esperanza de que pudiéramos pedir postre. Pero el personal de Limani nos ignora cuidadosamente. Le pregunto sobre los últimos desarrollos en el espacio: en mayo, dos astronautas de la NASA fueron trasladados a la EEI a bordo de un cohete SpaceX, de Elon Musk, la primera vez que una empresa privada pone en órbita a seres humanos. 

Cristoforetti aprueba “esta nueva economía espacial”. “El beneficio es que crea un ecosistema de participantes privados y termina reduciendo los costos”, dice. Le pregunto qué piensa de Elon Musk. “Por un lado, siento una gran admiración por él por todas las cosas increíbles que ha hecho. Por el otro, según lo que veo en Twitter, es una persona muy peculiar”. 

La próxima vez que vaya a la estación espacial —probablemente en 2022— estará en una posición similar a la de la heroína de Prometo Volver, una película reciente sobre una astronauta que trata de equilibrar los preparativos para un periodo de un año en la EEI con el cuidado de su hija.

Cristoforetti tiene una hija de tres años y medio que parece que heredó el sentido de la aventura de su madre.  Ella reconoce que tener un hijo afectará su percepción de la vida en el espacio. “Observé que algunos de mis compañeros de tripulación, los que tenían familia e hijos, simplemente no eran tan alegres y despreocupados como yo. Podía lanzarme a la aventura y no preocuparme por nada en la Tierra”.

Por Agencias