Como rosa encarnada al prado de tu terneza
entrego la beldad del sentimiento inmaculado,
recibiendo el numen de tu espina
que se encalla, lacerante, a mi canto.
Como oda a tus ojos infinitos
la llanura de mi cuerpo aguarda,
sucumbiendo al fulgor de tus anhelos
en la recóndita ribera de mis besos.
Invadiendo la deidad de nuestro tiempo
que punza constante en el bostezo del albor,
despertando el tacto de la mesurada caricia
que profana el candor de la quietud divina,
como rosa grana vistiendo la libido del amor
que esparce su fragancia, envolviéndome la vida.
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