El Mediterráneo Central ha vuelto a vivir un intenso fin de semana. En 48 horas, más de 1.000 migrantes han sido rescatados en las aguas que separan Libia de Italia en 13 distintas operaciones, según ha informado la guardia costera transalpina. Este repunte en los desembarcos rompe una tendencia que se impuso desde hace meses, después de que Roma, con el aval de las instituciones comunitarias, llegara a un acuerdo con la débil autoridad libia para controlar los flujos migratorios procedentes del país norteafricano y las llegadas se redujeran de manera drástica. “Es dificil hacer una estadística, pero no recuerdo un fin de semana tan intenso desde hace tiempo, así que seguramente este ha sido uno de los rescates más importantes en lo que va de año”, comenta por correo electrónico el portavoz de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) en Italia, Flavio di Giacomo.

“El fin de semana han sido rescatados 1.009 migrantes por barcos internacionales y 291 por la guardia costera libia”, continúa el portavoz de la OIM, “y hoy se está desarrollando una operación gestionada por [la ONG española Proactiva] Open Arms junto a la guardia costera [italiana]”.

Aunque la cifra de rescatados este fin de semana sea elevada, todavía está lejos de los números registrados en años anteriores, cuando en el mismo lapso de tiempo se llegaron a salvar a más de 10.000 personas que emprendieron la misma ruta para llegar a Europa. Es sin embargo una cantidad llamativa con respecto al total de llegadas en lo que va de año: hasta la mañana del 23 de abril desembarcaron en Italia 7.814 migrantes frente a los 36.871 de 2017, según las estadísticas del Ministerio del Interior italiano.

“No sabemos por qué el número de rescates ha aumentado”, explica por teléfono Aloys Vimard, coordinador de proyectos en la ONG Médicos sin Fronteras (MSF), todavía a bordo del Aquarius —barco operado por MSF junto a la ONG Sos Mediterranèe— que acaba de desembarcar a 537 personas en Trapani (Sicilia). “Es complicado entender cómo los migrantes han logrado emprender el viaje sin ser interceptados por la guardia costera libia, que es cada vez más activa”, añade. “Pero no nos sorprende, el tiempo es muy bueno y en verano siempre hay más llegadas”.

El sábado, autoridades y ONG rescataron a unas 400 personas en siete operaciones; el domingo los migrantes recuperados en alta mar fueron 500. Hace 10 días, algunos medios libios anunciaron la muerte del general Jalifa Haftar, el hombre fuerte que controla el este del país, pese a que el Gobierno de Unidad reconocido por la ONU que controla solo una pequeña porción del territorio sea el de Trípoli, dirigido por Faiez Serraj.

Di Giacomo, de la OIM, explica que los rescatados en estos últimos días mencionaban que las connection houses (las casas donde los traficantes de personas abarrotan a los migrantes antes de emprender el viaje) estaban desbordadas. “Puede ser que este gran número nazca de la necesidad de vaciar estas casas. Pero de momento son solo hipótesis”, comenta.

El verano del año pasado, la guardia costera libia recibió apoyo logístico y entrenamiento de la UE, Trípoli volvió a controlar su zona SAR —desde 2011 coordinada por Italia— y Roma impuso a las ONG el respeto de un polémico código de conducta para poder llevar a cabo operaciones humanitarias en sus aguas internacionales. Como resultado, las llegadas por el Mediterráneo Central se han reducido en más de un 80% en lo que va de año, según el Ministerio del Interior italiano.

En los rescate de este fin de semana, al menos 11 migrantes han fallecido en dos operaciones en aguas libias. Este lunes, una mujer de 25 años ha muerto tras naufragar la embarcación en la que viajaba, según ha comunicado Proactiva Open Arms. La ONG ha vuelto a operar en el Mediterráneo después de que su barcos estuviera inmovilizado durante un mes en Sicilia bajo la acusación contra su tripulación de tráfico ilegal de personas y asociación delictiva.

Eritreos, tunecinos y nigerianos son las nacionalidades más frecuentes de los migrantes rescatados este año en las aguas del Mediterráneo Central, una ruta que en 2018 se ha vuelto a confirmar cómo la más mortifera, con 370 fallecidos, según la OIM.