Nos fuimos en caravana
Clara García Sáenz

Cruzamos el altiplano tamaulipeco sin autorización de mi mamá; cuando platicábamos de la muerte, siempre hacía énfasis que a ella no le gustaría que la incineraran, “está bien, está bien, pero te vamos a sepultar en Ciudad del Maíz” le contestaba yo a sabiendas que me replicaría “y para que me vas a llevar hasta allá, nada más paseándome ya muerta”.

Después de una misa mañanera, como a ella le gustaban entre semana, partió el cortejo desde Tamatán, su último lugar de residencia hacia Ciudad del Maíz donde vivió por más de 20 años y procreó a sus últimos cuatro hijos. La camioneta de traslado que llevaba sus restos iba adelante seguida por varios vehículos donde hijos y nietos la acompañaban.

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“Viajando en caravana” como a ella le gustaba decir cuando nos organizábamos para ir a algún festejo familiar fuera de la ciudad, hicimos el mismo ritual de siempre cuando nos acompañaba en vida, paramos en Jaumave a almorzar y aprovechando, paramos en la mezcalera.

Evocando alguna de sus frases célebres que repetía en ocasiones muy concretas, mis sobrinas dijeron entre risas “Hay Clarisa, eres como tu papá, igual de antojada y novedosa”. “Sí, eso diría, pero estarán de acuerdo que hoy ya no tenemos prisa, ni ningún apuro en llegar”, les contesté provocando nuevamente la tristeza en ellas.

Llegamos al mediodía y tuvimos la fortuna de abrazar a nuestros amigos de infancia que nos esperaban, que la conocieron, que la recordaban. En la funeraria ya la esperaba mi papá, en su urna de cenizas que había permanecido en el museo del pueblo cerca de 10 años. A las cuatro de la tarde por primera vez, en toda mi vida presencié el entierro de un ser querido, junto al ataúd de mi madre, depositamos la cenizas de mi papá, sellaron la fosa y se cumplió el dicho, “sobre el muerto, las coronas”.

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Ese mismo día regresé a Ciudad Victoria, tenía la necesidad de cerrar ese capítulo doloroso y retomar mi vida o la manera en como ahora sería mi vida ya sin mi madre; tenía muchas horas por delante liberada de mi papel de cuidador, horas libres que no quería, que sentía que no me servían.

Ya en casa, empezaron las llamadas preguntado por el triduo, el novenario y otras cosas que poco entendía; así que me asesoré con mi cuñada Felipa quien me explicó lo del novenario, la cruz de cal y otros protocolos. Acordamos entonces que sí le haríamos el novenario pero sin el rito de la cruz de cal y otros protocolos que pertenecen a la piedad popular; fue entonces cuando Felipa me pidió que solo cumpliéramos con la tradición de bendecir las cruces al término del rezo para ponérselas en la tumba “quiero hacerle la reliquia a mi suegra”.

Así lo hicimos, regresamos nuevamente en caravana a Ciudad del Maíz para colocar las cruces, mi cuñada preparó una comida generosa con la que sellamos el final de los funerales de mi madre cuyos restos descansan ya junto con los de mi padre, dejando una prole extensa que los recordarán como ejemplos de amor, de trabajo y rectitud.

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