Mujeres rompen silencio

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Mujeres rompen silencio

Un elefante en el cuarto. Un secreto a voces. Una olla a presión que acaba de estallar. Cientos de mujeres mexicanas han roto el silencio contra la violencia machista incrustada en los entornos del trabajo y las relaciones profesionales.

Desde el fin de semana, una catarata de voces se han ido arropando unas otras, conjurando el miedo y el desamparo en las redes sociales.

El resultado de la explosión es todavía una nube caótica de denuncias –en buena parte anónimas y personales-, una llamarada catártica aún por ordenar y articular. Han usado el paraguas del MeToo, pero el movimiento en México va más allá de ser una secuela del estadounidense, tiene raíces y componentes propios de un país que dobla la tasa mundial de violencia contra las mujeres y arrastra unos índices feroces de impunidad.

Lo primero fue la literatura. El jueves 21 de marzo, el escritor Herson Barona tenía programada una presentación en una liberaría de Ciudad de México. Unas incipientes denuncias por Twitter instaron al establecimiento a no amparar a un supuesto maltratador físico y emocional de al menos 10 mujeres. La librería recogió el guante y canceló el acto.

Barona respondió con un texto exculpatorio donde reconocía que había “lastimado emocionalmente a varias personas” pero negaba las acusaciones de violencia. El sábado una antigua pareja le confrontó en las redes exponiendo su caso de maltrato.

A partir de ahí, la brecha se fue haciendo cada vez más grande. De manera espontánea y colaborativa, nació el hashtag #Metooscritoresmexicanos, se abrió una cuenta de Twitter y otra de correo electrónico para recibir denuncias. La iniciativa del mundo de la literatura fue replicada en los siguientes días en los ámbitos del periodismo, cine, academia, publicidad, abogacía, hasta superar la decena de ámbitos profesionales.

El martes 26 de marzo se reunieron más de un centenar de escritoras, editoras y comunicadoras en una asamblea para pensar juntas los siguientes pasos. El texto producido en la reunión incide en la voluntad de enunciar desde una voz colectiva y, asumiendo la complejidad del conflicto, escapar de manifiestos y hojas de ruta simplistas y maniqueas: “Hoy lo que queremos aquí es reconocernos, vernos aunque nunca nos hayamos visto, reconocer que estamos juntas, poder juntas hacer algo útil, una organización en donde sintamos que todas podemos sostenernos, no tenemos que estar solas” Ana G. González, 29 años, fue una de las primeras voces en alzarse y desatar el MeToo de escritores. “En la asamblea nos sentimos protegidas.

Pero no todas estábamos allí. Me pregunto si esto es un movimiento o un momento, que todavía no agarra forma. Nos ha costado mucho producir un primer texto colectivo y ya sentimos mucha presión por responder a las grandes preguntas. Apenas estamos sacando la sopa como para saberlo todo. Apenas nos estamos conociendo entre nosotras”.

Esta no ha sido el primer “momento”, la primera acción colectiva de denuncia en redes y bajo el anonimato. En 2015, trabajadoras del ámbito de la cultura lanzaron #ropasucia para ventilar situaciones sexistas. Al año siguiente #MiPrimerAcoso enumeraba otra lista de tipologías. En 2017 bajo el lema #simematan se articuló una campaña contra la revictimización de las mujeres durante las coberturas mediáticas y los proceso penales de instrucción de feminicidios.

En México, al menos 6 de cada 10 mujeres ha sufrido un incidente de violencia, el doble que la media mundial, según ONU Mujeres. Nueve mujeres son asesinadas cada día en el país.