En la Opinión de David Brondo

A la medianoche de ayer la reelección del republicano Donald Trump parecía improbable. Sólo un milagro podría revertir la tendencia de su fracaso electoral.

Salvo una sorpresa mayúscula, el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden, será el próximo presidente de Estados Unidos.

De confirmarse, la llegada de los demócratas a la Casa Blanca será una buena noticia para México, aunque no necesariamente para el gobierno del presidente López Obrador, quien contra la lógica más elemental decidió apostar abiertamente por la reelección de Trump.La primera ventaja es clara: la relación bilateral se sacude la oscura figura de “un demagogo narcisista impredecible” —como lo llamó Isabel Turrent—, incapaz de fundar las relaciones bilaterales en el respeto, la cooperación y la solidaridad.

La retórica antimexicana promovida por Trump desde sus tiempos de candidato es intolerable. El desprecio y la antipatía contra México y su gente ha sido un rasgo característico de la administración del magnate.

Por primera vez, vimos a un presidente de Estados Unidos agredir frontalmente a nuestro país con una retórica xenofóbica: “México”, escribió en noviembre del 2018, “debería regresar a migrantes que agitan banderas (en Estados Unidos), muchos son criminales fríos como una piedra. Regresen a sus países. Háganlo en avión, háganlo en autobús, háganlo de la forma que desee, pero NO vengan a los EU. Cerraremos la frontera de forma permanente si es necesario”.

Nunca antes un gobierno extranjero había actuado en forma tan despótica frente a nuestro país. Más allá del discurso racista del republicano, su visión segregadora quedará para la historia en los cientos de kilómetros del muro fronterizo construido por su administración para separar a México de Estados Unidos. Un monumento a la vergüenza.

Como precandidato a la presidencia, el mismo López Obrador fue capaz de acusar recibo de los golpes de toda esa palabrería denigrante. En enero del 2017, por ejemplo, cuando Trump llevaba 10 días como presidente, acusó a Trump y a sus asesores de hablar de los mexicanos “como Hitler y los nazis se referían a los judíos” y de apoyar “una campaña de odio que es neofascista”.

Pero, como suele suceder con la política y los políticos, una vez en el poder, López Obrador no volvió a enfrentar ni por casualidad a Trump. Por el contrario, siempre fue obsequioso y complaciente hasta la zalamería con el déspota.

Incluso, la visita del mandatario mexicano a Washington en julio pasado —en pleno proceso electoral— fue vista como un voto en favor de la reelección del republicano, urgido entonces de simpatías y apoyos electorales de los grupos mexicanos y latinos.

López Obrador, como siempre, desoyó las advertencias de críticos y analistas internacionales sobre los riesgos latentes de aventurarse a apoyar abierta o tácitamente a Trump.

Quien mejor dibujó los riesgos de la visita a Washington fue el embajador Emérito de México y ex secretario de Relaciones Exteriores, Bernardo Sepúlveda Amor. En una carta al canciller Marcelo Ebrard, señaló que en el contexto electoral la visita “habrá de producir una reacción de profunda antipatía en el Partido Demócrata. Si Biden gana la presidencia, su antagonismo hacia México será evidente en sus políticas bilaterales”.

Pero aún si Biden no es el triunfador en la contienda, decía Sepúlveda, es muy probable que los demócratas mantengan la mayoría en la Cámara de Representantes y, además, ganen el control del Senado. “De ser ese el caso, el Partido Demócrata se encargará de pasarle la factura política a México, con las nefastas consecuencias del caso. No existe, a mi juicio, un fundamento político que explique una visita de esta naturaleza”, puntualizó.

Y concluyó: “La asistencia del presidente López Obrador a una ceremonia irrelevante se habrá de interpretar como un apoyo a la reelección del presidente Trump. Los efectos políticos negativos que se producirán en México y en Estados Unidos, de realizarse esa visita, habrán de ser perdurables. Pretender inclinar la balanza en favor del presidente Trump en este clima político no parece ser la mejor apuesta”.

La cancillería mexicana no fue capaz de hacer esa lectura. Hasta anoche los votos electorales parecían darle la razón a Sepulveda. 

México, salvo una campanada en el cómputo final, amanecerá hoy con una nueva realidad en su relación con Estados Unidos.Le tocará —otra vez— al canciller Marcelo Ebrard, uno de los pocos miembros del gabinete con oficio político, sacar la cara por el gobierno de López Obrador. Tiene un paquete difícil en sus manos: reconstruir la bilateralidad con Biden y su equipo. Los demócratas no ven con buenos ojos a la Cuarta Transformación y exigirán seguridad, confiabilidad y certeza, tres componentes que no han visto hasta ahora en su relación con el actual régimen mexicano.

Galerín de Letras

¿Sirve de algo hablar de las erráticas formas del sector salud para enfrentar la pandemia del Covid-19? La sociedad debe hacer su parte para evitar los semáforos en rojo, el cierre de la actividad económica y las medidas para limitar la movilidad. Si la sociedad no hace la parte crucial que le corresponde, toda lucha contra el coronavirus será en vano. El país registrará próximamente 100 mil muertos por el virus. ¿Alarmante, no?

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