Con la partida de José Agustín cumplí un pendiente de hace años, leer “Ciudades desiertas”, novela de la que después se haría la versión cinematográfica con el nombre “Me estás matando Susana”, una buena adaptación, pero donde Gael García Bernal se roba todo el protagonismo de la historia.
En la década de los 80 del siglo pasado, cuando me iniciaba como lectora cayó en mis manos su tan halagada novela “De perfil”, confieso que abandoné su lectura a la mitad del libro porque me aburrió, aparte desde mis prejuicios conservadores su lenguaje me parecía soez, escandaloso e innecesario, así justifiqué el abandono de su lectura. Venía de leer a Rojas González y a Rulfo, así que no estaba preparada para romper de golpe un lenguaje casi ceremonial e indigenista.
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El texto que Elena Poniatowska, publicado hace algunos días en La Jornada, “Un recuerdo para José Agustín”, me ayudó a entender que pasó entonces, ella escribe “José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña introdujeron la antisolemnidad en la literatura mexicana. Inventaron el reventón que a su vez los reventó a ellos. “Juan Rulfo los odió. Hasta que dejen de pasar los búfalos voy a volver a escribir, declaró. “Para Rulfo, la literatura de la onda en los años 60 era una cabalgata”, concluye Elenita.
En los años 80, esa fama de escritores “de la onda” para lectores jóvenes seguía vigente; José Agustín era visto todavía como un hito que gozaba de gran fama literaria para la chaviza; sin embargo, a mí no me parecía tan fresco como muchos críticos decían; lo percibía sesentero y aunque con ímpetu, solía perderse demasiado en descripciones innecesarias para la historia central que narraba.
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Muchos años después, por insistencia de un amigo leía “La tumba”, que en una sentada terminé y me dejó el corazón palpitando; la historia me impactó tanto que cuando tenía oportunidad solía recomendársela a la gente joven cuando me decían que quería empezar a adquirir el hábito de la lectura. Incluso logró seducir a muchos de mis alumnos en el bachillerato, por su brevedad, su dinamismo, frescura y su impactante final.
Escrita en la década de los 80, “Ciudades desiertas” es la historia de una escritora que intenta liberarse de su pareja; ella, una mujer educada, intelectual y poeta, él un macho mexicano, vulgar, obsesivo, actor e interprete radiofónico. La novela juega con un binomio interesante, la relación matrimonial que viven como dos almas desiertas y la experiencia que ambos tienen en los Estados Unidos donde las calles de las ciudades están desiertas, porque la comodidad del auto y la calidad de vida evita que la gente camine por las calles, resguardándose en sus casas o se la pase de compras en el mall; de igual forma, la relación de pareja que mantienen los protagonistas parece darse por la comodidad que sienten al estar juntos.
La novela conlleva una crítica a la sociedad norteamericana, a su cultura y forma de vida, sin emociones, monótona y hasta cierto punto profiláctica, donde la comida no tiene sabor y el paisaje arquitectónico es uniforme; tal vez una de las frases más memorables de la protagonista es cuando dice “si París es una fiesta, los Estados Unidos son una tienda”.
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La adaptación cinematográfica es buena, solo que, mientras en la novela la protagonista es Susana quien intenta liberarse de su marido patán pero la carga de prejuicios morales la obligan a volver a él a pesar de sus esfuerzos por romper su vínculo, dejando claro que ella ya no lo ama; en la película es Eligio, su marido quien ocupa el papel protagónico, víctima de los desplantes y engaños de su esposa, a la que busca desesperadamente porque la ama y sufre porque necesita escuchar de ella que también lo ama; la interpretación de Gael García Bernal en el papel de Eligio rebasa a todo el electo, se roba la película y la historia se reduce a una bonita historia de amor.
Ambas versiones de la historia, tanto la novela como la película valen la pena para disfrutar un poco de José Agustín, un escritor que revolucionó la novela mexicana y que cuenta con una abundante obra, para leer y releer una época de la vida de México donde se van abandonando los atavismos posrevolucionarios para entrar a un momento histórico de modernidad, apertura y libertades, tanto sexuales como políticas. José Agustín es la voz de ese México que surge con los movimientos políticos de la década de los 60 y su legado para la literatura es la protesta de quien viviendo todo tipo de vicisitudes empieza a crear un nuevo lenguaje, una nueva percepción de la realidad que como su “Tragicomedia mexicana” escrita en tres volúmenes, propone ver la vida en este país con humor, pasión, sexo, alcohol, unos tacos y mucha locura.