
Al margen del uso faccioso de la justicia por parte de la Cuarta Transformación, el proceso abierto por la Fiscalía General de la República (FGR) contra el panista Ricardo Anaya ha puesto sobre relieve una realidad inquietante con miras al futuro político de México: la fragilidad de la oposición.
Los principales partidos adversarios al régimen adolecen de personalidades, legisladores y liderazgos capaces de estructurar movimientos de resistencia a la maquinaria de Morena y del presidente López Obrador.
A pesar de ser el centro de la arena nacional en las últimas décadas, PAN, PRI y PRD no tienen jugadores a la altura de las circunstancias que demanda un país en el filo del precipicio. La gran mayoría de sus figuras no pintan y las pocas que pintan tienen pasados turbulentos, enfrentan investigaciones o procesos judiciales o cargan lamentables historias de deshonor.
Movimiento Ciudadano, partido de reciente creación, apenas comienza a estructurar su narrativa. Su proyecto a largo plazo es un enigma, aunque —al menos por ahora— parece haber decidido marcar distancia con el presidente, para ir de la mano con la Alianza por México integrada por el PAN, PRI y PRD. Tampoco tiene grandes celebridades políticas más allá de su fundador, Dante Delgado, y del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro. Habrá que darle su tiempo.
Lo que parece inconcebible es que tanto en los “viejos” como en los nuevos partidos de oposición no haya ninguna figura “presidenciable” más allá de Ricardo Anaya. Es el único aspirante con presencia nacional, con un discurso articulado y frontal y con mayores preferencias electorales con miras al 2024.
Sin embargo, el político de Ación Nacional ha comenzado a ser arrinconado por la Cuarta Transformación: la Fiscalía General a cargo de Alejandro Gertz Manero pretende imputarlo por cohecho, lavado y asociación delictuosa.
A nadie escapa que la Cuarta Transformación quiera acotarlo antes de que su proyecto electoral tome fuerza y encontró una hebra para jalar con fuerza en los próximos meses: las imputaciones del ex director de Pemex, Emilio Lozoya, testigo protegido de la FGR, quien asegura que el político del PAN recibió sobornos del gobierno de Peña Nieto para apoyar la reforma energética.
El involucramiento de López Obrador en el proceso no sólo politiza el caso, sino que lo enturbia. Desde el púlpito papal de la “mañanera”, el presidente conmina a Anaya a enfrentar el proceso y asegura que él no tiene metidas las manos en el caso, pero no tiene empacho en dictar de manera paralela su sentencia condenatoria: “Chueco, hipócrita, ladrón y marrullero” son sólo algunos calificativos que le ha endilgado al panista. “¿Quién lo manda a agarrar dinero?”, dice. Veredicto: culpable. La línea de trabajo para la Fiscalía está clara.
El tema ha llevado al ex dirigente nacional del albiazul, quien se ha declarado perseguido político, a salir del país para evitar ser encarcelado. Su autoexilio nos lleva a preguntar: si el panista va a estar muy ocupando en su defensa en los próximos meses, ¿qué político de oposición podría tomar el papel de Anaya en la escena nacional?
La respuesta, por desgracia, es solo una: no hay. No hay en el PRI, en el PAN ni en el PRD. El vacío es pasmoso: la degradación de estos partidos, su historia de abusos y prepotencia y la corrupción desmedida de no pocos de sus exponentes —como Emilio Lozoya, precisamente— han llevado a estos partidos a un punto de quiebre. La factura que han pagado ha sido muy cara.
La embestida oficial contra Anaya ha venido a evidenciar la realidad de una oposición débil, frágil, quebradiza. La carrera para construir liderazgos confiables y nuevas visiones desde la esquina de los opositores será muy larga. Depurar filas, construir un discurso inteligente, promover a los jóvenes, sumar voces, asumir las causas de los sectores progresistas e incorporar a su lucha a líderes comunitarios podrían ser nuevos caminos de la oposición para edificar nuevos cimientos y se perfilar nuevos liderazgos políticos.
Galerín de Letras
En su reporte diario, la Secretaría de Salud reportó ayer 986 muertes por Covid y 21 mil 250 contagios más que el martes pasado. Aún así, la apertura de clases presenciales en las escuelas sigue en pie. Sin lineamientos ni políticas generales ni coordinación nacional, el saldo del regreso a las aulas será muy duro para todos, especialmente para las familias y el rebasado sector hospitalario.





