Esta misma semana, la Tierra experimentó la tormenta geomagnética más fuerte desde 2017, causada después que el Sol lanzara hacia nosotros una potente eyección de masa coronal. Según el Centro de Predicción del Clima Espacial de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), el evento alcanzó niveles ‘severos’, aunque no tuvo consecuencias graves para satélites y redes eléctricas. A pesar de ello, la NOAA envió una notificación a todos los operadores de infraestructuras «para que tomen medidas para mitigar cualquier posible impacto». De hecho, el nivel de actividad solar registrado estos días tenía el potencial necesario para causar interferencias en las señales de radio de alta frecuencia utilizadas en las comunicaciones aéreas, marítimas y militares, y suponía también un ‘ligero riesgo’ de que se produjeran cortes de energía en las redes eléctricas.
Pero eso no fue nada comparado con la que, por ahora, ha sido la mayor tormenta solar registrada en la historia, el llamado ‘evento Carrington’. El 1 de septiembre de 1859, el Sol lanzó hacia la Tierra una ardiente nube de plasma hecha de gas electrificado y partículas subatómicas, con una energía equivalente a la de 10 mil millones de bombas atómicas. La embestida fue brutal, y provocó fallos e incendios espontáneos en numerosas estaciones de la red telegráfica, las únicas instalaciones eléctricas de comunicaciones de la época. Las auroras boreales se registraron en lugares tan al sur como Cuba y Hawaii, y fueron tan brillantes que permitían leer el periódico en plena noche.
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Ni que decir tiene que si algo así sucediera en nuestros días, sería un auténtico desastre, con consecuencias catastróficas para las redes eléctricas, informáticas, sistemas de navegación y comunicaciones… El mundo que conocemos, según los expertos, se vendría abajo en cuestión de apenas unos días. Ahora, en un estudio recién aparecido en ‘Space Weather’, un equipo de investigadores del Servicio Geológico Británico en Edimburgo y la Universidad de Nagoya, en Japón, explica que el evento Carrington fue, si cabe, aún mayor de lo que se creía hasta ahora. Tan grande, de hecho, que superó con creces la capacidad de los dispositivos de medición de la época.
Datos imprecisos
La mayor parte de lo que sabemos sobre el evento Carrington proviene de descripciones y mediciones contemporáneas de astrónomos, como el propio inglés Richard Carrington, a quien aquella tormenta solar debe su nombre, o de registros magnéticos tomados en aquellos momentos desde distintos observatorios. Sin embargo, ninguna de estas fuentes de información contiene datos precisos, ni números concretos que describan la intensidad magnética real de la tormenta, por lo que resulta difícil saber exactamente cómo fue de poderosa en comparación con las que sufrimos en la actualidad.
Ahora, el geofísico Ciaran Beggan (director del estudio) y sus colegas han digitalizado las grabaciones (archivadas en papel) del campo magnético que se hicieron durante el evento Carrington en dos observatorios en Londres, en Kew y Greenwich. Y ha descubierto que tanto la intensidad como la velocidad del cambio en el campo magnético durante la tormenta fueron mucho mayores de lo que se pensaba. Una mala noticia para un mundo cada vez más conectado y con más y más necesidades energéticas.
Luz reflejada en un papel
Desde 1838, el geomagnetismo local se empezó a medir en Greenwich haciendo brillar luz sobre espejos situados en los extremos de piezas de metal magnetizadas y suspendidas para que pudieran oscilar libremente, mientras la luz reflejada caía sobre papel fotosensible. Kew empezó también a hacer esta clase de mediciones dos años antes de la gran tormenta.
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El sistema, desde luego, era ingenioso. A medida que la actividad solar perturbaba el campo magnético terrestre, los imanes se retorcían, provocando que la luz se moviera a través del papel. Cuanto más fuerte era la perturbación, más se desplazaba la luz.
Desafortunadamente, ninguno de esos sistemas se había construido en previsión de que el campo geomagnético recibiera un golpe tan fuerte como el que sufrió en 1859. Como resultado, el metal que sostenía el espejo osciló tanto que el haz de luz ‘se salió’ del papel fotográfico durante la tormenta magnética que tuvo lugar 12 horas antes del evento Carrington, y de nuevo durante el evento en sí. Unos movimientos tan grandes que apuntan a un incidente inmensamente fuerte, aunque por desgracia no nos dicen cómo de fuerte.
Más datos de los que se pensaba
Sin embargo, al digitalizar esos registros magnéticos Beggan y su equipo descubrieron que contenían más información de lo que parecía. Según los investigadores, el papel fotográfico «está en relativamente buenas condiciones teniendo en cuenta su antigüedad y la forma de conservación». Una vez fotografiados y digitalizados todos los registros, el equipo pudo crear una secuencia contínua y estudiarlos como un todo.
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De este modo, midiendo la velocidad de movimiento de los rayos de luz antes de que se salieran del papel y después de que volvieran a él, los autores del estudio calcularon la velocidad a la que cambiaba el campo, que estimaron en 500 nanoTeslas por minuto como mínimo. Un valor que ya es extraordinariamente alto si tenemos en cuenta que se espera que solo una tormenta por siglo sea capaz, en la latitud de Londres, de causar cambios de 350 a 400 nanoTeslas por minuto. Para Beggan, esto significa que posiblemente el evento Carrington fue mucho más extremo de los que se suelen dar una vez por siglo, y que probablemente alcanzó los valores de los que se calcula que solo pueden tener lugar una vez cada mil años.
En 1861, dos años después del evento Carrington, un artículo científico ya había llegado a conclusiones similares. Pero los astrónomos del siglo XX, al no haber medido jamás nada tan grande, llegaron a la conclusión de que aquellas estimaciones originales eran exageradas. Ahora, Beggan y su equipo respaldan aquellas primeras conclusiones.
El resultado es que el evento Carrington, la mayor tormenta solar registrada por el ser humano, fue aún mucho más fuerte de lo que se pensaba. Un motivo más para tomarse en serio el clima espacial y las devastadoras consecuencias que puede tener para nuestro actual estilo de vida.
Por ABC España