La evolución de la 'bitchiness'

En un estudio realizado en Ontario se dividió a 86 mujeres heterosexuales en grupos de dos: se las juntó con una amiga o con una desconocida. Ambas se dirigieron al laboratorio de la McMaster University, donde un investigador les dijo que iban a formar parte de un estudio acerca de la amistad femenina. Pero justo en ese momento fueron interrumpidos por una tercera mujer.

La mitad de las participantes vieron aparecer a una mujer delgada, rubia, atractiva, con el pelo recogido en un moño. Iba vestida con una camiseta azul y pantalones caqui. Es lo que los investigadores llaman “el cómplice conservador”.

La otra mitad de las participantes se vieron interrumpidas por lo que, contrariamente, los científicos llaman “el cómplice sexy”. La mujer era la misma, pero llevaba una minifalda negra, botas altas y el pelo sensualmente suelto.

Posteriormente, Tracy Vaillancourt, profesora de psicología en la Universidad deOttawa, y Aanchal Sharma, estudiante de doctorado, midieron las reacciones de las mujeres ante la aparición del susodicho cómplice, fuera el sexy o el conservador. La escala utilizada era una escala de bitchiness, según explicaron los psicólogos.

Bitchen inglés es algo así como ‘perra’, ‘zorra’. La bitchiness, término de muy difícil traducción en español, sería algo así como la cualidad de zorra o de perra que es una. Una suerte de hijoputismo femenino –que mucho tiene que ver, como evidencian los cómplices, con la sexualidad–, una especie de zorrismo. Podríamos hablar de perreo, sino fuera porque en español significa otra cosa. Suenamuy mal, muy burdo, pero así suenaen ingles. Hablemos, pues, a falta de algo mejor, de bitchiness: cualidad o condición de ser una zorra. Vaillancourt reconoce que no es un término muy técnico, pero que todo el mundo lo entiende y, de hecho, que es el que todo el mundo usa.

Las mujeres tenían todas entre 20 y 25 años (tanto las participantes como la que interrumpía). ¿Qué concluyeron Vaillancourt y Sharma? Según el estudio que recientemente han publicado en el diario Aggresive Behavior, parece que el cómplice sexy no tiene muchas posibilidades de hacer amistades femeninas. Las mujeres eran mucho más zorras con el cómplice sexy y, además, su reacción en la escala de bitchiness era mucho más pronunciada si estaban con una amiga en lugar de con una desconocida.

El término técnico utilizado es ‘agresión indirecta’, es decir, una agresión que ejercemos sobre alguien pero que no queremos mostrar explícitamente. “Normalmente se hace de manera que no sea detectado”, explica Vaillancourt, “o bien se inventa una excusa que legitime el comportamiento, del tipo ‘sólo estoy bromeando'”.

Una agresión femenina

Los psicólogos Roy Baumeister y Jean Twenge han estudiado también esos fenómenos, y concluyen que son claramente las mujeres –y no los hombres– las que suprimen y condenan la sexualidad ajena, normalmente mediante este tipo de agresión indirecta.

“La evidencia favorece la idea de que las mujeres han trabajado para reprimirse la sexualidad las unas a las otras, ya que el sexo es un recurso limitado que utilizan las mujeres en su relación con los hombres, y anular a la competencia ofrece muchas ventajas”, han escrito en su artículo Cultural suppression of female sexuality.

Como muchas de las mujeres consideraban totalmente natural criticar a la mujer sexy –estamos en un laboratorio, no hay por qué vestir provocativamente, “las tetas le van a estallar”, afirmó una– Vaillancourt realizó otro experimento.

La psicóloga mostró a las mujeres tres imágenes: la mujer conservadora, la mujer provocativa y una tercera en la que se veía a la mujer alterada digitalmente, de modo que parecía más pesada. A continuación, se preguntó a las mujeres si serían amigas de la mujer de la foto, si se la presentarían a su novio (en caso de tenerlo) o si la dejarían pasar tiempo a solas con él. Las participantes tendían a responder “no” a las tres preguntas en el caso de la mujer más gruesa y de la sexy. Había hasta tres veces más posibilidades de que le presentasen a su novio a la mujer vestida de manera conservadora que a las que se vestían provocativamente (pesasen lo que pesasen). Para Vaillancourt, esto es una clara prueba de que las mujeres se sienten amenazadas por la promiscuidad, que condenan y penalizan.

Aunque este estudio es pequeño, es el primero en poner por escrito esta concreta actitud de las mujeres. No obstante, ya se habían realizado otros acerca de la mayor tendencia de las mujeres a insultarse las unas a las otras o de la competencia y la rivalidad sexual que se establece entre ellas.

Debemos saber, en cualquier caso, que las mujeres –y los hombres– no siempre son conscientes de cómo avergüenzan a sus rivales, tal y como mostrabaun estudio que se publicó en 2010 en Personal Relationshipsy que alegaba que hay poca diferencia entre las estrategias que personas de ambos sexos utilizan para ligar. Del mismo modo, constataba que esta rivalidad y esta condena de la promiscuidad por parte de las mujeres se reduce a medida que la edad aumenta.

Orígenes y motivos

Cabe señalar, por un lado, que este comportamiento no es, ni muchísimo menos, nuevo. “¿Por qué las mujeres actúan así? Creo que hay muchas maneras de explicarlo”, afirma Agustín Fuentes, director del departamento de antropología de la University of Notre Dame. “En nuestra sociedad, si se te da a elegir entre esas imágenes, vas a decir: ‘No quiero que mi chico esté cerca de una chica con la falda corta’. Pero eso no es porque evolutivamente tu novio tenga más posibilidades de engañarte con la chica de la falda corta”, alega el antropólogo.

Arguye que, a pesar de que éste y otros estudios muestren lo importante que es la apariencia física en las relaciones que las mujeres establecen entre sí, hay mucho más bagaje cultural en juego que comportamiento sexual primitivo. El combo de minifalda y botas altas, por ejemplo, ya es “una imagen cargada de muchas connotaciones”, afirma.

Además, Fuentes señala que, hasta los 7 años, el comportamiento entre niños y niñas es muy parecido. Más tarde, sin embargo, ellas optan por esta agresión indirecta porque está peor visto que en los niños un simple tortazo, una patada, o una pelea de chicos que se resuelve de manera más violenta, pero más clara. Por supuesto, al llegar a la edad adulta esto cambia, pues las consecuencias de una pelea pueden ser muy graves.

Posibles soluciones ¿Podemos, entonces, hacer algo con respecto a nuestras tendencias zorrescas? Fuentes afirma que este estudio es muy valioso porque muestra que la agresión indirecta es, efectivamente, muy real, y que se puede estimular simplemente con una imagen. “Estos constructos sociales son reales para nosotros”, afirma Fuentes, “pero podemos cambiarlos”. Vaillancourt, por su parte, alega que la consciencia del fenómeno puede ayudarnos a minarlo.

No obstante, no hay que perder de vista que mientras dos psicólogos, algún antropólogo y quizás tres sociólogos y algún teórico literario reflexionan sobre ello, miles de millones de publicaciones para mujeres, revistas, programas de televisión, suplementos de periódicos, así como anuncios y productos, envían a la mujer del siglo XXI un mensaje muy claro: su valía reside en lo que mide su cintura, su cadera, su salón, su jardín y demás menesteres relacionados con las necesidades más fisiológicas del cuerpo. En un mundo así, cómo no esperar grandes dosis de bitchiness.

POR ACV