David Brondo

Preocupa la anomia del Estado y la sociedad. No sólo el creciente desprecio de las normas mínimas para el fortalecimiento y el desarrollo de las instituciones, sino el abandono de las reglas básicas para una convivencia armónica en una sociedad que se supone abierta y democrática.

Los signos de la anomia son evidentes. Destaco sólo tres registrados en los últimos días.

El presidente López Obrador se asume como la ley, el principio y fin del marco legal de la república. Sin más, declara por decreto a todas las obras de su gobierno de interés público y de seguridad nacional.

No se trata de obras vinculadas a la Secretaría de la Defensa Nacional ni a la Marina. Tampoco son proyectos relacionados con inteligencia militar o policiaca o con la seguridad del país frente a posibles ataques internos o externos. 

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Se trata de todas las obras gubernamentales relacionadas con salud, medio ambiente, fronteras, turismo, ferrocarriles, comunicaciones, telecomunicaciones o planes y programas aduaneros, hidráulicos e hídricos. Todas tendrán una dispensa de trámites. Son intocables, incuestionables. Al presidente le molesta la gestión pública, la transparencia o rendir cuentas. Ni qué decir de ese recurso de protección del ciudadano que es el amparo. Para él no es una institución jurídica de una sociedad democrática, sino un estorbo, un escollo para el avance de su proyecto de nación. Adiós amparos, adiós rendición de cuentas, adiós transparencia. ¿Conciliar? Dialogar? ¿Negociar? ¿Gobernar? ¿Para qué? Mejor mandar por decreto. Moralmente somos superiores. 

2.Contra la lógica más elemental, el Ejército rompe su larga historia de neutralidad ideológica e institucional de las últimas décadas. Sin rubor alguno, el Secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, llama a los ciudadanos a plegarse a la Cuarta a la Transformación. 

En el marco de las celebraciones del 111 Aniversario de la Revolución, el general lo dijo sin ambages: “Como mexicanos es necesario estar unidos en el proyecto de Nación que está en marcha”. Traducción: “¡Votemos todos por quien nos diga el presidente! ¡Hagamos lo que él dice!”. 

El poder sin precedentes acumulado por las Fuerzas Armadas en este sexenio no es gratuito. Se espera su correspondencia, su voto, su participación mucho más allá de los cuarteles: se espera el apoyo incondicional al presidente y a su “movimiento” político y “moral”. ‘

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“Para nosotros”, dice el orondo general Sandoval, “es un timbre de orgullo poder contribuir a la transformación que se está viviendo”. La mesura y la autocontención política no existen. La democracia, la institucionalidad, la neutralidad y la imparcialidad importan poco. Importa, sí, la lealtad al presupuesto, a los grandes proyectos asignados al Ejército, al dinero que en esta administración cae a borbotones sobre la Defensa Nacional. ¿Separación del poder civil y del poder militar? Por favor, no vengan con esas minucias. 

3.La violencia incontenible es otro claro signo de la falta de vigencia del marco legal, del desprecio por reglas de convivencia social y del vacío generado por un Estado inoperante. La anomia social y gubernamental es latente: 28 mil 101 homicidios dolosos se han registrado en lo que va del año. 

Aunque el rostro del terror se despliega hoy en Zacatecas con la siniestra modalidad de cuerpos colgados de los puentes, el crimen organizado sacude lo mismo a Chihuahua, que a Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Baja California, Estado de México, Sonora o Veracruz. No hay ley, ni orden ni ganas de enfrentar el problema. El problema rebasa a la sociedad y, por desgracia, ha comenzado a rebasar a las autoridades. Ante los embates de los cárteles, el alcalde de Ciudad Cuauhtémoc, en Zacatecas, pide a sus ciudadanos resguardarse en sus casas. “No tenemos policías”, dice. 

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Citando al científico social Émile Durkheim, el ex ministro de la Corte, Diego Valadés, recordaba hace meses que la anomia denota una patología de la sociedad estatal “traducida en la pérdida de la adhesión a la norma, cuya consecuencia era la fractura de la convivencia”.

La fractura ya se asoma por ahí: lo mismo en los desplantes de un presidente o de un Secretario de la Defensa, que en el poder sin límites de los cárteles del crimen, por no mencionar todo el telón de fondo que está en otros temas que habla de una anodina social: como la corrupción generalizada, el autoritarismo, los feminicidios, la extorsión, el asesinato de policías, el secuestro, el resurgimientos de las autodefensas… la lista es larga.

Muchas cosas hablan de ya de una anomia, de una ausencia o fragilidad de las normas y las reglas de la sociedad. A la vuelta de los días sus consecuencias serán funestas. Como expresa la vieja sentencia popular, apenas le estamos viendo las orejas al lobo.

Galerín de Letras

Al proponer en junio al ex secretario de Hacienda, Arturo Herrera, para sustituir a Alejandro Díaz de León como gobernador del Banco de México, López Obrador cruzó una línea delicada. A pesar de que nunca quiso ahí a Herrera lo “destapó” a sabiendas de que finalmente no lo propondría. Quería ganar tiempo y nada más. Herrera era un sello de confianza y credibilidad para los mercados. La maniobra, el enredo presidencial, comenzó desde ayer a pasar factura con la depreciación del peso. 

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