El Mante: tierra de dioses
Clara García Sáenz

El ejido Celaya perteneciente al municipio de El Mante saltó a la fama en 2006 luego del hallazgo de un monolito de dos metros encontrado por los campesinos de la zona mientras barbechaban sus tierras. “El señor de la muerte” o “El señor del inframundo” ponía a ese lugar en el mapa de Tamaulipas y en el interés de arqueólogos, historiadores e instituciones académicas, culturales, estatales y nacionales.

Pero tal vez el monolito como hallazgo no fue lo más importante sino la actitud de la comunidad ante la posibilidad de que las autoridades municipales y estatales se lo llevaran, decidieron por acuerdo en junta ejidal que éste se quedaría en el ejido porque les pertenecía; la defensa férrea de este patrimonio cultural obligó a las instancias gubernamentales a claudicar de su intento de traslado a un centro urbano y facilitó a los pobladores las vías de información para la protección de la pieza. 

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Algunos maestros y alumnos de la licenciatura en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de Tamaulipas visitamos el lugar hace unas semanas; nos recibieron Eunice Rodríguez, Carmen Contreras, Amanda Rodríguez y Mireya Guerrero, encargadas del cuidar el museo comunitario que ahora tienen abierto al público en un salón ejidal, donde exhiben al Señor del inframundo como su pieza más importante pero además tienen vitrinas donde muestran gran variedad de figurillas encontradas en los campos de cultivo, que en parte se han vuelto también una especie de zona arqueológica.

Eunice y Carmen nos comentaron que era común que cuando alguien encontraba una pieza de barro en la parcela, la guardaba en su casa, la regalaba o la vendía, algunos otros la llevaban al museo de El Mante para donarla, pero que a partir del hallazgo del monolito todos empezaron a reunirlas en ese museo comunitario.

El entusiasmo y orgullo que sienten por este espacio, por la riqueza arqueológica que el lugar empieza a mostrar y por el compromiso por su custodia es admirable. Después de que mis alumnos dieron su clase in situ y compartieron su información, nuestras anfitrionas nos invitaron a degustar unas deliciosas flautas con tortillas de harina recién hechas y guisos variados.

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De ahí nos llevaron a las parcelas, para visitar los cúes, donde se lamentaron de la falta de interés por el estudio de la zona por parte de las autoridades, a pesar de que según los expertos que la han visitado, hablan de su gran importancia, calculando que la extensión del espacio arqueológico podría ser mayor al sitio de Tamtoc. “La vigilancia y el mantenimiento de todo esto, lo hace la comunidad, pero requerimos que los que saben de esto vengan a hacer las excavaciones, los estudios correspondientes para una mejor protección, el INAH sólo ha venido a decirnos que no excavemos, pero no propone ningún plan de trabajo” dijeron.

Con el corazón triste al ver tanto entusiasmo por parte de ellas y escuchar el poco apoyo que han recibido, regresamos a Ciudad Mante. Ahí nos esperaba, en el museo Adela Piña que se encuentra en el Instituto Regional de Bellas Artes Mante (IRBAMante); Hugo Ángel Muñoz, un extraordinario guía que contagió de entusiasmo a los estudiantes, haciéndoles un recorrido por las diversas piezas del museo y las pinturas de Ramón Cano Manilla que ilustran el salón que alberga las ricas colecciones de figuras huastecas que se exhiben ahí.

Además de tocar magistralmente el caracol, Hugo es un orgulloso mantense cuyo talento es encantar a sus escuchas entrelazando historias reales con leyendas, datos históricos y anécdotas caseras, dejando perplejo y emocionado al público; por eso la buena sintonía con los estudiantes fue inmediata. Ya para irnos del museo nos presentó al director del IRBAMante Zadkiel Zamarripa quien preguntó cuántas figuras de dioses habíamos visto en el museo, los estudiantes respondieron que muchas, les comentó que se debía a que estábamos en tierra de dioses huastecos y que ese era una característica de esa región, rica en vestigios arqueológicos.

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Al despedirnos, Hugo se ofreció para acompañarnos a conocer los murales de Ramón Cano Manilla en la escuela primaria Héctor Pérez Martínez, ahí generosamente explicó cuadro a cuadro el significado, la enseñanza, el propósito y el contexto de cada pintura. Nos despedimos de él entre prisas y pausas, por la riqueza de la información que nos dio, queríamos seguir conversando con él, pero teníamos que llegar a Ocampo donde nos esperaban para ofrecernos la comida por parte del Ayuntamiento.

Debo confesar que El Mante es una ciudad que conozco desde hace muchos años, pero en esta visita por primera vez la vi de un modo distinto, la apreciación de su patrimonio natural, sus ríos y extraordinarios canales que recuerdan su nombre primigenio de los cinco potreros de Tamatán; su patrimonio arqueológico con una extensa zona inexplorada y llena de riquezas en el subsuelo y su patrimonio artístico con esos edificios extraordinarios que narran una época de crecimiento de los años 40 y 50, así como los murales de Cano Manilla que pintan los recintos, hacen en verdad una tierra de dioses.

Llegamos a Ocampo a las tres de la tarde, ahí nos esperaba una suculenta comida de arroz, frijoles negros y costillas de puerco con jacubos en salsa. Al fondo del edificio de la presidencia municipal sirvieron generosamente la mesa, apresurados nos fuimos a recorrer algunas joyas del lugar en compañía de Claudia Alejandro encargada de la oficina de Turismo y Juan Llarena, cronista de Ocampo.

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Visitamos el templo, cuya advocación es Santa Bárbara, construido a fines del siglo XVIII es una joya arquitectónica cuya belleza es única en Tamaulipas, de ahí nos fuimos al museo municipal, que está en un total descuido a pesar de las valiosas piezas que se resguardan, nos sorprendió su nulo mantenimiento, recorrimos algunas calles con edificios históricos y finalizamos la visita en la misión de Igollo, un lugar donde sólo alguna paredes se encuentran en pie, pero que por su altura y dimensión permiten imaginar el tamaño que tuvo el edificio, que para las construcciones levantadas en el Nuevo Santander en aquella época, resulta sorprendente.

De regreso a Victoria algunos dormimos en el trayecto, cansados de ver tanta belleza en un solo día y agradecidos con nuestra universidad por hacer posible nuevamente una experiencia académica para la valoración del patrimonio cultural tamaulipeco.

E-mail: claragsaenz@gmail.com