Hace algunos días vi en una de las redes sociales una película de donde nace el “sí se puede, sí se puede”. No quiero mentir, porque no me gusta, la vi cinco veces (y espero verla más veces, cada vez le saco una nueva enseñanza) y todas las veces me sacaron lágrimas, porque vi el poder de la fe, la tenacidad, la disciplina, el trabajo en equipo, la comunicación, el perdón, entre muchas cosas más.
Es una película basada en hechos reales datada en 1957, el equipo de beisbol de Monterrey ganó el campeonato de las Ligas Pequeñas de Estados Unidos de América (EUA) en Williamsport Pennsylvania. Los Industriales de Monterrey (como se llamaba el equipo) comandados por el Pícher Ángel Macías (un niño que no era bien tratado por su padre, pues éste lloraba la muerte de su primogénito Pedro, y lastimaba por su amargura a su hijo menor Ángel que buscaba la aprobación de su padre [cosa que muchos hijos hoy día buscan]) y entrenados por el ex ayudante de Los Cardenales de St. Louis (el cual no podía jugar en las ligas mayores simplemente por ser mexicano) Cesar Faz, llevaron a su equipo “pequeño, pobre y débil” a ser los campeones.
La película se llama “El juego perfecto” porque estos chiquitines que medían por lo menos 15 centímetros menos que cualquiera de sus rivales, y pesaban 12 kilos menos, ganaron todos y cada uno de sus partidos (13 victorias). En 65 años nadie ha podido repetir esta hazaña, nadie (en las Ligas Pequeñas).
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Esta película sí habla del racismo y del clasismo, pero, sobre todo, nos dice cómo, a pesar de las adversidades, no debemos dejar de ser resilientes; es decir, debemos confiar en el trabajo en equipo, y tener fe en nosotros mismos a pesar de las vicisitudes, de los problemas de la vida, que a veces caiga la fe, debemos creer que podremos hacerlo, porque como decía Walt Disney: “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”. Y el ejemplo que puedo poner aquí es que el primer reto difícil para el equipo fue cuando éste cruzó la frontera de Reynosa-McAllen a pie y caminaron por diez millas o sea 16 kilometros para llegar a su destino y aun así ganaron los partidos, ellos iban por un par de días (tres) se les vencen las visas, otra vez la fe en juego y entonces, surge un milagro, el gobierno de EUA se las
extiende y ganaron el campeonato.
Cuántas veces nos rendimos a la primera porque tememos que nos señalen, yo soy experto en fracasos, he fracaso muchísimas veces en mi vida, pero cada día lo intento otra vez, porque como dije un día: “Soy tan bueno en caerme, que, al pasar de los años, me he hecho experto, y caigo con estilo”. Samuel Beckett dijo: “Siempre lo intentaste. Siempre fallaste. No importa. Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor”. Porque dejamos de creer en nosotros y nos encerramos en vidas sin vida y sin chiste, vidas llenas de rutina a las que llaman malamente
zonas de confort, y escribo malamente porque si fuera una “zona de confort” no sería una vida amargada, sino feliz y llena de paz, es decir, un éxito de vida, pero al no ser eso, entonces nuestra zona no es de confort, sino de conformismo.
Porque confundimos éxito y felicidad con dinero y fama, y al primer fracaso, nos rendimos, y algunos pueden decir, ¡pero lo intenté y fallé! Y yo te diría, aprende de ese fallo y vuelve a intentarlo una, dos o mil veces más, pero si fallas fallarás mejor y tendrás más experiencia, si no pueden júntate con personas que te
pueden enseñar a crecer, a creer y a crear.
Es tiempo de que comiences a creer en tu juego perfecto, sin trampas, sin atajos, con fe, disciplina y amor, porque como dijo el entrenador, “el juego no se gana en la cancha, se gana primero en el corazón.
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ti, será genial. Hasta la próxima
