Los estadunidenses utilizan las enfermedades contagiosas para estigmatizar a los inmigrantes. Chinos, africanos, judíos, europeos y mexicanos han sido víctimas de la xenofobia y el racismo desde la era colonial y hasta la crisis generada por el ébola en 2014.
HISTORY NEWS NETWORK ESPECIAL
CIUDAD DE MÉXICO.- En la mañana del 19 de septiembre de 1878, Charles C. O’Donnell, un médico de dudoso prestigio y líder de la rabiosa Anti-Coolie League (la liga contra la mano de obra barata de Asia), se apoderó de un habitante de Chinatown grotescamente afectado por llagas de lepra sumamente visibles.
Luego de obligar al hombre a subir a una carreta, este galeno convertido en político exhibió al desgraciado individuo en las calles de San Francisco. Deteniéndose en varias intersecciones importantes del centro, O’Donnell arengaba a una creciente y aterrorizada multitud poniendo el énfasis en el gran peligro de contagio que representava el repulsivo “leproso con ojos de luna”.
Simultáneamente se distribuyeron panfletos con el dibujo de un rostro chino devastado por la enfermedad, junto a la afirmación de que había “mil leprosos en Chinatown”.
La decadencia física puede fácilmente estar ligada a la falta de moralidad y engañar a la razón y al conocimiento. Luego la ansiedad, el pavor y la repugnancia pueden ser reacciones defensivas que ayudarán a la supervivencia. La historia de las emociones puede ser de valiosa ayuda para entender los temores persistentes de Estados Unidos hacia las amenazas de epidemias, incluido el bioterrorismo.
Su papel debe ser explorado de una forma más plena para que nos informe sobre el origen de nuestras creencias y nuestro comportamiento actual. O como el experto en ética Artur Caplan reafirmó recientemente: “existe una larga, triste y vergonzosa tradición en Estados Unidos que consiste en utilizar el miedo a la enfermedad, al contagio y a la contaminación, para estigmatizar a los inmigrantes y a los extranjeros”.
Y dado que la mayoría de las actividades de Estados Unidos enfocadas a la salud local pública, a los estudios de casos históricos que pueden servir de advertencia, especialmente en una era en la que el gobierno ha intentado nacionalizar y militarizar las medidas sanitarias para alcanzar la “biopreparación” necesaria en el eventual caso de un contagio natural o de inspiración terrorista.
Complejos y con frecuencia contradictorios, nuestros sentimientos hacia los peligros de enfermedades masivas deben ser ilustrados con ejemplos pasados de respuestas de la sociedad a las erupciones mortíferas. Estos sentimientos dan forma a la crónica de la plasticidad y a la contingencia de conductas impulsadas por las emociones en la medida en que influenciaron la moral y los juicios que los seres humanos elaboraron al intentar controlar las enfermedades contagiosas.
Motivados por la xenofobia y el racismo abierto, Estados Unidos tradicionalmente ha transformado en fenómeno sensacionalista las “invasiones” de enfermedades infecciosas del extranjero, culpando a los otros, a los débiles y carentes de salud, de su aparición y transmisión.
Ahondar en el espectro de las emociones que motivaron a los estadunidenses a tomar medidas severas como la segregación y el aslamiento, es ilustrativo. Alimentados por necesidades fisiológicas, ideológicas y pragmáticas, estos esfuerzos tuvieron éxito para convertir en chivos expiatorios a las víctimas estereotipadas de la viruela, la lepra, la tuberculosis, las plagas y la sífilis desde el siglo 17.
En nombre de la seguridad pública, semejantes prejuicios y el odio causado por la estigmatización, siguen siendo un componente clave de nuestros extendidos sentimientos en contra de los inmigrantes y del uso de procedimientos invasivos de revisión que sobreviven hasta nuestros días.
Un ejemplo notable de esto tuvo lugar a fines de 2014. Fue la crisis causada por el arribo de las víctimas de ébola procedentes del oeste de África.
Uno puede especular qué tan fuertes y negativas son las emociones que están enraizadas en experiencias que se remontan a las primeras conquistas y a la colonización de lo que se creía que era un pristino y saludable Continente Americano. Desafortunadamente, los primeros contactos entre los pueblos indígenas, los conquistadores y los colonos llevó a la involuntaria difusión de las enfermedades endémicas de Europa que portaban consigo los recién llegados.
Sarampión, varicela, difteria y tos ferina eran relativamente leves en sus países de origen porque ocurrían principalmente durante la infancia. En notable contraste, estos flagelos importados –sobre todo la viruela– rápidamente abrumaron y decimaron a la población adulta de América.
Los imperios precolombinos declinaron o fueron destruidos mientras que la despoblación obligaba a la introducción de esclavos procedentes de África quienes, a su vez, estaban afligidos por un igualmente fatal conjunto de enfermedades tropicales como la malaria y la fiebre amarilla.
En la América colonial, el temor, el asco, y la paranoia dieron forma a las respuestas de Boston hacia la viruela importada después de 1636, notablemente en los procesos judiciales de Brujería de Salem.
La mayoría de los puertos marítimos establecieron “casas” de cuarentena en sus puertos contiguos a las instalaciones para la desinfección de la carga. Boston construyó uno de esos recintos en Spectacle Island en 1717, unos cuantos años antes de la epidemia de 1721.
Charleston, un centro del comercio de esclavos de África, patrocinó desde 1712 varias casas para “apestados” en la Isla de Sullivan con el fin de proteger a su población. El recinto de cuarentenas de Savannah fue erigido en 1768 en la Isla de Tybee.
Análogos a los esfuerzos en el ámbito político y social, el nacimiento de una nueva y libre nación –Estados Unidos– generó entusiasmo para proteger y mejorar el bienestar de sus ciudadanos. “La Buena Salud” mejoró la calidad de vida y se convirtió en parte integral de la identidad de la nueva nación porque era necesario que todos los riesgos y amenazas potenciales fueran desactivados a como diera lugar.
De hecho, durante los primeros años de la república, los médicos intentaron dar forma a un sistema nacional de salud y de servicios médicos distintivo de Estados Unidos que para entonces estaba bajo amenaza de brotes epidémicos letales de fiebre amarilla en importantes ciudades portuarias a lo largo de la costa del Atlántico y del Sur. Durante la epidemia de 1796, la nueva república, la responsabilidad de controlar y de manejar las enfermedades contagiosas fue delegada a las autoridades locales.
Difundida por crecientes flujos de inmigrantes europeos durante el siglo XIX, la presencia periódica del cólera endémico llegó para causar sufrimiento a los centros de población más grandes como Nueva York. Nuevas amenazas como la lepra y la plaga originada en Asia fueron atribuidas a las hordas de migrantes chinos “incivilizados”.
De hecho, tal y como se analiza en mi libro anterior Plague, Fear and Politics in San Francisco’s Chinatown (Johns Hopkins University Press, 2012), habla del espectro de este “peligro amarillo” que se extendía hacia el resto del país, alimentado por las llamas del nacionalismo y del racismo estadunidense que extendió el pánico a California e incluso más allá. Para no quedarse atrás, la sífilis venérea importada habría de dejar lisiada a una vibrante generación de hombres blancos.
Para contrarrestar estas amenazas, un anillo de estaciones de cuarentena desde Boston hasta Seattle, patrocinado por un extendido Servicio Hospitalario de la Marina, trató de cuidar la salud de la nación, deteniendo en sus fronteras a los flagelos provenientes de las “densas y viciadas” poblaciones del sur de Europa y de Oriente. Posteriormente el nuevo siglo siguió conservando prejuicios similares y juicios de valor hacia lo que provenía del extranjero durante la pandemia de gripe de 1918, un desastre que fue atribuido al gran aumento de los migrantes europeos.
La tuberculosos fue atribuida a los sastres judíos que llegaban, en tanto que se responsabilizaba a los italianos y a los polacos de la expansión de la poliomielitis. Tampoco quedaron excluidos los mexicanos, repetidamente acusados de llevar enfermedades tropicales como el dengue, la hepatitis, las enfermedades parasitarias e incluso la lepra.
Por un tiempo, Haití fue culpabilizada de haber sido el origen del VIH/sida. El Síndrome Respiratorio Agudo grave provino de China. Los riesgos provenientes del extranjero todavía siguen siendo ampliamente exagerados y el pánico sigue siendo una pobre solución a los problemas. Además persiste la noción de que dichas enfermedades están principalmente asociadas con los pobres y marginalizados inmigrantes ilegales. El fomento del miedo sigue en pie.
/body
/.node artitle Region de node Artitle Bottom