Clara García Rutinas y quimeras

Recuerdo que en casa siempre hubo jardín, como en el pueblo nunca tuvimos casa propia, mi mamá tenía por costumbre cargar con sus macetas cada que nos cambiábamos de casa y elegir un espacio para plantar y decorar con plantas.

Cuando finalmente nos establecimos en El Naranjo, San Luis Potosí, mi mamá dio rienda suelta a su vocación de jardinera y como la tierra ahí es muy fértil plantó cuando quiso. En la parte trasera de la casa sembró en colaboración con mi papá: mangos, aguacates, duraznos, liches, plátanos, limones y naranjos.

En el frente de la casa y a los costados, cultivó por 20 años un jardín con las más diversas flores: rosas, buganvilias, cunas de Moisés, hortensias, angélicas, cartulinas, begonias, nochebuenas, gardenias, mayitos. Le dedicaba toda la tarde, cuando mi papá llegaba por la noche y la encontraba con sus plantas le decía, “ay viejita, por qué no pone cosas que se puedan comer, esas plantas dan puras flores”.

En ocasiones, cuando íbamos a casa de visita, mi papá aprovechaba para quejarse, “yo no sé tu madre, tanto que le dedica a esas matas que no dan nada, puras flores, ya le he dicho que mejor ponga algo que se pueda comer”. Pero a mi mamá nunca le dio por cultivar hortalizas.

El programa de huertos familiares ya existía cuando éramos niños y en la década de los 70 se les dio gran impulso con un programa que en la época lopezportillista llamaron SAM (Sistema Alimentario Mexicano). A mis hermanos les dieron semillas de hortalizas en la primaria y las sembramos en casa, recuerdo que cosechamos zanahorias y rábanos, con mucho entusiasmo y emoción.

Pero después, cuando quisimos repetir la fórmula, mi mamá simplemente ya no nos hizo caso y nos dijo que eso era mucho trabajo, luego mis hermanos llegaron con unas plantas de ajo que un viejo jardinero les había regalado para plantar en casa y mi mamá también los ignoró.

Desde entonces entendimos que a mi mamá eso de las hortalizas no era algo que le atrajera y mi papá se la pasaba quejándose de que no cultivara comestibles.

Creo que a mi papá le hubiera gustado tener un huerto de autoconsumo, pero tanto a él como a mi mamá sólo les alcanzaba para apreciar dentro de su experiencia urbana, lo fértil que eran los pueblos que habitaron en su madurez. Pero ni uno ni otro sabían sembrar, ni tenían experiencias con la milpa ni con el campo.

Desde hace algunos años me propuse imitar el paisaje de la casa materna, árboles frutales al fondo de la casa y al frente un jardín. Pero siempre sentí que faltaba algo; esta cuarentena quise cumplir el deseo de mi padre, muerto hace más de 10 años; con ayuda de algunos tutoriales, grupos de Facebook y amigos agrónomos inicié el huerto.

Después de cuatro meses, puedo decirle a mi papá, “tengo un huerto”, y espero que su deseo de tener cultivos de autoconsumo se empiece a cumplir porque estoy segura que eso lo haría muy feliz.

E-mail: claragsaenz@gmail.com

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