Columna Rutinas y quimeras.

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Nunca han sido fraternos

Por Clara García Sáenz

Realmente nos creímos el cuento de la aldea global, donde el mundo era igual para todos, no había clases sociales, ni prejuicios, todos teníamos pensamiento liberal, igualitario y con visión de género, nadie era pobre, ni reprimido, ni segregado por su color o raza. El mundo virtual y los “mass media” contribuyeron a crear una visión distorsionada de una realidad que cada día se burla del mundo ideal y reclama espacios que empiezan a ver perdidos.

El terrorismo está ganando terreno, el crimen organizado, el nacionalismo, el racismo y la discriminación se manifiestan con la misma fuerza con que se les creía derrotados. La humanidad no es civilizada, no en la visión que occidente se ha creado para sí misma, porque ha olvidado su historia.

¿Por qué estamos tan asustados por el triunfo republicano? ¿Verdaderamente creíamos que habíamos superado la barbarie? Todo occidente está sorprendido, aterrado, horrorizado porque un gran exponente de la identidad típica norteamericana ganó las elecciones.

Dice un estudioso del paisaje que las grandes ciudades son las partes más pequeñas del mundo, porque solo es cuestión de alejarnos unos cuantos kilómetros de ellas y el resto del territorio carecerá de las comodidades de ellas; por lo tanto, ahí, fuera de ellas, habita un mundo más grande y real. Esto a menudo lo olvidamos y creemos que la única vida humana está donde habitan los grandes centros comerciales, políticos y económicos, los medios de comunicación y la internet; la gente civilizada.

Pues bien, ahora, los que habitan afuera de estas urbes (que se erigen como mundos maravillosos), reclaman espacios y muestran que el mundo cambia despacio, en los pueblos, aldeas y pequeñas ciudades, donde la vida no va a prisa y se conserva la mentalidad histórica de su gente. Así, igual que la Alemania bávara campesina rechaza la llegada de inmigrantes sirios; los norteamericanos rurales han pedido a Trump les regrese su identidad de norteamericanos blancos, protestantes y angloparlantes, como se fundó Norteamérica y se trazó el proyecto nacional.

Tal vez, a los mexicanos ya se nos olvidó que Estados Unidos ha invadido México, que nos compró a precio de ganga la mitad del territorio, que ha sido agraviante la actuación de muchos de sus embajadores, que se despacharon con la cuchara grande en el TLC y que tan solo en ocho años de la presidencia de Obama se deportaron más de dos millones de mexicanos. Hemos olvidado su “Destino manifiesto”.

Creo que hoy más que nunca es necesario revisar la historia para saber que los muros se levantan y se derrumban, que las migraciones son acciones humanas muy antiguas, que la discriminación, la pobreza y la violencia son parte de la miseria de los hombres. La relación desigual con el vecino no se iba a borrar si ganaban los demócratas; la ríspida convivencia es algo cotidiano, por eso no entiendo por qué tanto asombro.

E-mail: claragsaenz@gmail.com