Dios no ríe
Por Clara García Sáenz
“Si alguien quería entrar en la abadía y vivir en ella siete días, tenía que aceptar su ritmo”. Esa fue la respuesta de Umberto Eco a sus editores cuando le sugirieron recortar las primeras 100 páginas de la novela “El Nombre de la rosa”. De esa forma el escritor seleccionaba al tipo de lector que quería leyera su novela.
Sentenció “Si no lo lograba (leer las primeras 100 páginas), nunca lograría leer todo el libro. De ahí la función de penitencia, de iniciación, que tiene las primeras 100 páginas; y si a alguien no le gusta, peor para él: se queda en las faldas de la colina.”
Nunca he sabido si alguien lo intentó sin éxito, pero la novela mete al lector a un ritmo despiadado de emociones desde el primer momento. No sólo por la descripción del paisaje, los monumentos, las obras artísticas, sino también y sobre todo, por la seducción de una extraordinaria biblioteca, la más completa de la época medieval en que se desarrolla la novela.
Todo esto rodeado por discusiones filosóficas, teológicas, políticas, históricas, morales; situadas en la rutina de una abadía de monjes benedictinos donde se vive en oración, pero también en pecado.
La trama, un asunto de crímenes que deben ser investigados. “El nombre de la Rosa” en la lengua de los simples podríamos calificarla como una novela policiaca.
Sin embargo, la trama conlleva a muchos sitios, a muchas discusiones, a muchas reflexiones. Es una novela completa en todos los sentidos, es erudita, es policiaca, es histórica y pasional.
Umberto Eco es capaz de mantener al lector prendido de su lectura con la respiración agitada y los nervios de punta, pero a la vez reflexivo y en ocasiones melancólico. Al mismo tiempo que le da cátedra al lector de teología, como la discusión sobre la risa donde dos monjes eruditos discuten sobre si la risa es pecado o no, el argumento contundente del que la considera una cosa del demonio es que cuando Dios estuvo en la tierra, las escrituras nunca dicen que él rio, por lo tanto, si ésta fuera de origen divino en muchos pasajes se describiría a Jesús riendo.
Es una de las premisas nodales de la historia junto a la trama central, la biblioteca de la abadía. La descripción de los copistas, su trabajo, sus miniaturas, sus manuscritos, la minuciosa tarea artística que realizan, es un deleite para el lector.
Pero lo más emocionante, que mantiene al borde de nervios la lectura es la biblioteca, sus manuscritos, su manera en que está organizada, los misterios que la rodean, pero, sobre todo, la angustia que produce en el lector el querer descubrir que contienen ciertos libros que son objeto de disputa entre algunos monjes.
“El Nombre de la rosa” es sin duda uno de las novelas más apasionantes que se hayan escritos para quienes aman los libros y saben que “la única vedad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.”
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