Columna Rutinas y quimeras

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Cuando la naturaleza canta

Por Clara García Sáenz

Hay un pájaro que canta muy de mañana en la ventana de mi dormitorio, desde que inició la primavera empezó con gorjeos, para fines de abril el canto era más claro, en mayo el canto era tan fuerte que hasta mi mamá que padece sordera por su avanzada edad me comentó que había un canto mañanero muy bonito cerca de su cuarto.

El pájaro cantaba aproximadamente una hora diaria, conforme fue avanzando el calor del verano noté, que los días que yo no tiraba el agua que se juntaba el goteo del aire frío, también cantaba por la tarde.

Finalmente caí en cuenta que el pájaro agradecía con su canto tener agua que beber durante todo el día. Bajaba a la tina de agua acumulada, bebía y regresaba al árbol a seguir cantando. Ahora el pájaro canta a casi a todas horas y la tina de agua la vacío ya no por las mañanas sino por las noches.

Entonces me acordé del gallo que se le escapa de los gallineros a mi vecino muy temprano para venir a cantar muy fuerte cerca de las ventanas, mi hermana que reside en Querétaro cuando venía a visitar a mi mamá y dormía en su cuarto se levantaba muy molesta en la mañana y decía “el piche gallo no me dejó dormir”.

Cuando en mi adolescencia vivía en la huasteca potosina, en verano había dos sonidos que desde la tarde ensordecían, las chicharras con ese largo sonido que duraba una eternidad y croar de las ranas y sapos al anochecer. Recuerdo a un vecino que cuando se cansaba de escuchar el coro fuerte de estos anfibios en el silencio de la noche, gritaba con voz fuerte, “cállense cabronas” y como cosa increíble, aquel canto cesaba por lo menos unos segundos. En cuanto a las chicharras, nada se podía hacer, el ruido era ensordecedor hasta entrada la noche, se escuchaba cerca y lejos, como si fuera un ejército de insectos.

Recuerdo que mi papá un día que me escuchó quejarme por el ruido intenso de su canto me dijo “Usted sabía Niní (así me llamaba de cariño) que las chicharras antes de morir ponen un huevo, ese huevo tarda 17 años para que nazca otra chicharra y solo vive tres meses, canta, pone su huevo y muere”.

Esa historia me pareció muy fantástica así que me fui a investigar, cuando confirmé lo dicho por mi papá, entendí que su único sentido en esa vida tan corta y de tan larga incubación (como larva subterránea) era su sonido, que de paso me enteré que no era un canto sino el ruido que se hace cuando se atraen a las hembras y el apareamiento; no cantan, estridulan. Además de no ser tres meses de vida en la superficie, sino seis semanas.

Confieso que desde entonces me pareció muy cruel la fábula de la hormiguita y la cigarra, donde al final la hormiguita sobrevive al invierno por trabajadora y la cigarra muere de hambre por ser un insecto haragán que sólo se la pasaba cantando.

En el momento en que esto escribo, algunas se escuchan a lo lejos y otras muy cerca en los árboles del patio, los sapos croan de vez en cuando por las lluvias de ayer; más tarde si tengo un poco de suerte podré ver volar algunas luciérnagas. Siempre es un buen momento para escuchar a la naturaleza, aunque a algunos les molesten sus cantos.

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