Columna Rutinas y quimeras

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Confesiones

Clara García Sáenz

Empecé a leer “Confesiones” de San Agustín de Hipona por una recomendación espiritual, sin embargo, conforme fui avanzando en sus páginas la obra me cautivó de los pies a la cabeza. Es de esos libros que uno nunca sabe que es; porque, aunque pareciera un monólogo en el comienzo de manera imperceptible se convierte en una especie de diálogo donde el interlocutor escucha atentamente y conversa sin conversar y con un estilo hechizante, de pronto, el lector se encuentra siendo parte del drama de la vida de este santo católico.

Esta obra es un clásico de la literatura universal y más allá de la filiación religiosa o no, es sin duda un referente en muchos aspectos para cualquiera que se aprecie de ser un gran lector.

Se cree que San Agustín con este libro crea un nuevo género literario, la autobiografía, porque no se conoce alguna obra más antigua de este tipo; escrita por el santo en su vejez, aproximadamente en el 397 d.C., su título hace referencia al propósito de contar su vida y su conversión espiritual.

Es un testimonio cristiano de arrepentimiento y conversión espiritual, pero a la vez es una narrativa histórica de la sociedad romana que vivía la decadencia y el fin del imperio más grande de la historia de occidente.

A través de la pluma agustiniana nos podemos dar cuenta de la forma de vida romana, sus vicios, sus artes, sus escuelas, sus clases sociales; a su protagonista parece no escapársele nada, porque no solo cuenta lo que vive, sino también lo cuestiona.

No es un texto simple, porque nos conduce entre lo espiritual y material, sus interrogantes, sus dudas, sus alabanzas y es capaz de mantener la atención del lector a lo largo del libro en la expectativa de saber cómo un hombre tan pensante, racional, que sabía disfrutar de los placeres del mundo, que gozaba de prestigio en la academia y que tenía influencia en algunos círculos políticos termina trasformando su vida por completo, renunciando a todo para convertirse al catolicismo con argumentos sólidos e ir más allá, aportar elementos racionales para explicar el tiempo y disipar con una claridad de pensamiento algunas de las grandes dudas teológicas de su época.

Cuando pensamos en que un libro es clásico de la literatura, nunca tenemos lo suficientemente claro cómo funciona esa categoría. Pero sabemos que si una obra ha sobrevivido a lo largo de los siglos y podemos seguir dialogando con ella a pesar de la distancia que nos separa de su publicación, se puede considerar que es clásica. Digamos que es el tiempo la prueba fehaciente de que un libro es valioso.

Un clásico es que el libro sigue siendo válido para el presente y creo que Confesiones es uno de esos casos, por dos razones, los problemas de conciencia siguen atormentándonos, aun en la actualidad y porque los vicios, los excesos, las sociedades corrompidas y decadentes siguen existiendo. En esta época de tantos vacíos interiores, bien vale la pena voltear a ver a los clásicos, para que llenen nuestro espíritu y nos explican la realidad.

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