Columna Rutinas y quimeras

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Clara García Sáenz

La bruselización está de moda

Estaba cayendo la tarde cuando llegamos a Bruselas, apenas nos dio tiempo de instalarnos en el hotel para ir a cenar a un restaurante cercano antes de internarnos de lleno en la Gran Plaza, tantas veces vista en televisión, tantas veces alabada por su belleza, tantas veces admirada por su valor artístico.

Eran las 10 de la noche y el sol todavía iluminaba el cielo, el verano europeo se disfruta en todas las calles por la gente que sale a caminar, beber un trago o simplemente ver el mundo antes de que el largo y frío invierno los vuelva a encerrar en sus casas y departamentos por meses enteros.

Comprendí lo injusto que resulta para nosotros, los habitantes de un país tropical como México esa imposición capitalista del horario de verano. Mientras en Europa hay sol desde las cinco de la mañana hasta las 10 de la noche, en países como el nuestro tenemos siempre que prender la luz por la mañana o por la noche.

Había terminado de oscurecer cuando entramos por calles estrechas a la Gran Plaza, toda completamente iluminada, con gran bullicio, música, tiendas y bares. Busqué sobre cada uno de los edificios las esculturas de los gremios al que pertenecieron durante siglos estas construcciones y ahí estaban el de los zapateros, carniceros, panaderos, etc.

Frente a nuestro hotel que estaba en el casco histórico, derrumbaban con grandes máquinas un edificio que parecía de los años 70; nos contaron que eso era muy común en la ciudad, ya que todos los días se tumbaban los que estaban obsoletos para construir otros más funcionales y como Bruselas es la sede de la Unión Europea siempre se están requiriendo más y mejores espacios para albergar oficinas internacionales y personas que llegan del todo el continente a trabajar.

Rupert, un español que tiene muchos años visitando la ciudad nos contó que la destrucción lleva décadas, “poco a poco la ciudad antigua ha ido desapareciendo, en aras de la funcionalidad de los poderes europeos, se le conoce como bruselización a esta terrible destrucción de lo antiguo, lo peor es que ha ido achicando el centro y cada día se ve más reducido el casco histórico”.

Era la primera vez que escuchaba el término y efectivamente, es la definición peyorativa que el urbanismo ha adoptado para las trasformaciones radicales y especulativas del centro histórico de una ciudad.

Al siguiente día volvimos a recorrer sus calles, con la luz del día pude ver cada detalle de sus edificios, disfrutar ese paisaje que transporta al pasado con tan solo pararse a mirarlo. El niño meón a pocas cuadras nos esperaba sonriendo, en esta ocasión vestido de colombiano, muy querido por todos, es un emblema nacional que en la fiesta de la patria mea cerveza por 24 horas.

Me fui de Bruselas con sentimientos encontrados, por un lado, hechizada por la belleza de sus edificios, por el otro con la náusea de ver como el capitalismo lo devora todo, el paisaje, la memoria, la belleza y la historia.

E-mail: claragsaenz@gmail.com