Columna rutinas y quimeras

252

Clara García Sáenz

Donde gobierna la Corona

Llegamos al aeropuerto de Londres a las ocho de la noche y tardamos cerca de una hora en pasar los controles de aduana, en una larga fila entre chinos, árabes e hindúes. Por primera vez pude ver musulmanes ataviados con sus trajes blancos y su elegante turbante acompañados de la fuerte imagen que contrasta con ellos, sus mujeres vestidas con burka, todas de negro.

Al tomar el taxi vi muy de cerca como les daban la bienvenida otro grupo que vestía igual, juntos serían cerca de 30, o más, entre hombres y mujeres. Al verlos tan distintos a occidente, uno puede explicarse la tara cultural por la exacerbada seguridad europea y un tanto la psicosis permanente por la presencia musulmana. Ahí están conviviendo con ellos y arribando a Europa diariamente, no tanto como migrantes que llegan en las pequeñas embarcaciones a pedir asilo; sino llegando en vuelos comerciales y pasando legalmente las aduanas.

Londres es una ciudad ecléctica, desordenada arquitectónicamente, estrecha y multifacética, en una calle se pueden apreciar edificios de épocas diferentes desde los más viejos hasta los más modernos, da igual, en este lugar cuna del capitalismo, lo importante es que cada edificación sea funcional para que la economía fluya.

El turismo gravita en la órbita de la Corona inglesa, por multitudes se acude en tropel al cambio de guardia en el Palacio de Buckingham, aunque a 10 cuadras a la redonda no exista un baño público para atender las necesidades de los visitantes, cuando pregunté por qué, la respuesta fue, “a nadie de Londres le importa, finalmente los turistas siguen acudiendo y no son prioridad para la economía del país”.

Windsor es un pequeño pueblo a casi una hora de Londres, hay multitud de tiendas de suvenires con gran diversidad de artículos donde aparecen impresos la Reina Isabel, los príncipes, las princesas y toda la familia real. Pudiendo llevarse a casa su fotografía en llaveros, abanicos, paraguas, pañoletas, etc.

Como la mayoría de la gente en Londres trabaja en oficinas, poco tiempo tiene de comer, lo más popular es el “fish and chips”. Una chica italiana que se encontraba en un puesto de información turística me dijo que era difícil encontrar buena comida en la ciudad “y usted como mexicana sabe de lo que hablo porque yo vengo de Italia y ambas cocinas son de las mejores del mundo”.

Algunos palacios reales se pueden visitar cuando la Reina no se encuentra en ellos y solo cierta galería, todas ostentosas. Al recorrerlas no puede uno dejar de pensar que esa riqueza y poder está fincado en miles de esclavos, abusos, guerras, explotación. Es el presente, donde están de pie sobre una historia de abusos coloniales. No es la misma sensación cuando se visita Versalles o cualquier otro castillo de monarcas derrotados donde al final del día se pueda proclamar la libertad, igualdad y fraternidad, no, aquí el orgullo y la riqueza siguen de pie endulzados con historias de reyes y princesas que se esfuerzan por parecer simpáticos y cosmopolitas, modernos e inofensivos.

Los camiones rojos de dos pisos forman parte del paisaje de la ciudad, como en las películas, sin embargo, basta mirar detenidamente a sus pasajeros para encontrar caras de hastío y cansancio. Los pubs siempre atestados de gente están penetrados a tabaco, aunque en la mayoría esté prohibido fumar, se come bien, se toma buena cerveza, pero son viejos y caóticos.

Ahí solo se habla inglés y a nadie le importa si el cliente entiende o no lo que dicen, los controles para conducir automóviles están a la derecha y para cruzar las calles siempre se debe ver en sentido opuesto.

Cruzar el Euro túnel no es grato, encierran los vehículos en una especie de vagones de tren y hay que apagar los motores y durante los 20 minutos que dura la travesía hay que soportar el calor del encierro. Pero lo verdaderamente triste es que el Big Ben no suena porque está en su torre y la están remozando.

E-mail: claragsaenz@gmail.com