Columna Rutinas y quimeras

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Las grandes ciudades y sus islas globales

Clara García Sáenz

Cuando pienso en las grandes ciudades no siempre pienso en sus aeropuertos, pero creo que estos últimos son el reflejo de las primeras. Aunque he conocido muchas ciudades, pero no sus aeropuertos y viceversa, en los casos donde sí, he comprobado que los aeropuertos pueden ser en algunos aspectos reflejo de la ciudad, como el Benito Juárez de la Ciudad de México. Sucio, con aglomeraciones, poco espacio para sentarse en horas pico y un tren generalmente descompuesto (dicho por la mayoría) que une las terminales uno y dos.

En muchos de los aeropuertos del mundo, los trenes funcionan a la perfección, constantemente entre uno, dos, tres cuatro cinco o seis salas como en Chicago, Houston o París; por eso me asombra que el de México, solo con dos terminales, constantemente esté descompuesto.

Si no se tiene la capacidad de mantener un tren funcionando eficientemente, ¿por qué se quiere un nuevo aeropuerto?, si el actual ni siquiera está limpio. Tal vez quienes están convencidos de esa obra quieran también cambiar la ciudad, con rostro limpio, sin caos, ordenada y elegante, tal como presentan el nuevo proyecto aeroportuario.

Un rasgo particular de los aeropuertos son sus empleados y no me refiero a los hombres y mujeres que despachan en los mostradores, sino quienes hacen la limpieza, cargan maletas y trasportan personas, los empleados de las tiendas o quienes hacen trabajos de mantenimiento. Basta verlos para saber quiénes integran las clases bajas de la ciudad y en los países de primer mundo, qué grupo racial se encuentra en esa escala.

Los aeropuertos, sobre todo los europeos son verdaderos espacios interlingüísticos e interraciales donde todo puede ser entendible y difícil de extraviar; son una especie de Torre de Babel, donde se habla muchas lenguas pero con el maravilloso resultado de siempre encontrar la puerta que se busca.

Cuando se pasan horas de espera es un agradable pasatiempo observar a los pasajeros, su diversidad, sus modos, sus equipajes, ver por un momento su vida fugaz que no está ahí sino a miles de kilómetros, en otro mundo. Pero este momento, no es igual que estar en la fila de migración, donde llegan todos los pasajeros del mundo a jugarse su última carta para entrar a ese país de destino, ahí la gente luce cansada por el viaje, nerviosa, con miedo por el tiempo de espera que los llevará a las ventanillas para enfrentarse con mil revisiones de papeles y preguntas. Los controles de aduanas no son menos estresantes, aunque a diferencia de los norteamericanos, los europeos son más relajados y sus agentes más educados.

Los aeropuertos son pequeñas islas globales en las ciudades, donde siempre hay gente moviéndose de un lado para otro del mundo. Son el espacio donde la humanidad muestra una de sus caras más cotidianas, su eterna movilidad, su diversidad racial, su riqueza de lenguas, modos de vestir y todo bajo una sola convivencia pacífica. E-mail:claragsaenz@gmail.com