Un Chorrito que renace
Clara García Sáenz
Todos los santuarios representan una travesía para llegar a ellos, El Chorrito no es la excepción; cuando pensamos en él, pensamos en una quimera, que, para cumplirse, tenemos que alinear los astros.
No recuerdo cuando fue la primera vez que fui al Chorrito, incluso, creo que no se cuentas veces he ido, pero cuando lo pienso como un lugar al que quiero ir, me parece lejano y difícil de llegar; tal vez porque el hechizo de los santuarios consiste también en eso, en llegar.
Hace algunos días fuimos, éste es el segundo año consecutivo que vamos en un autobús de peregrinos; después de mucho tiempo de no hacerlo por la situación de violencia que se vivía en la zona.
Llegamos cerca de las 11 de la mañana y había muy poca gente a pesar de ser domingo, recordé entonces los años dorados del Santuario donde no había un solo lugar disponible para estacionarse y en la iglesia ni un solo espacio donde sentarse.
La vendimia, los peregrinos, la gran cantidad de autos hacían del lugar un espacio de multitudes. Ahora se está muy lejos de igualar esa experiencia, porque no solo hay poca gente, existen muchos locales cerrados y, a los vendedores, se les nota un dejo de tristeza. Por eso, cada camión de peregrinos que llega es para ellos un respiro económico; en cuanto los peregrinos bajan, se acercan los niños y las señoras que venden imágenes, flores y gorditas de elote y empiezan con ellos un recorrido por todo el pueblo para ofrecer sus productos y aunque se intente escapar de ellos, siempre tendrán la forma de reencontrarse a cada momento con tal insistencia que en algún momento se sucumbe para comprarles algo, entonces, solo entonces, podrán buscar otro cliente.
Pocos vendedores son del ejido El Chorrito, algunos otros vienen de las comunidades vecinas como San Isidro; y saben que solo el domingo tendrán oportunidad de ganarse algunos pesos.
Debo confesar que este Chorrito, tranquilo, con pocos peregrinos me gusta más que aquel de antaño que atraía multitudes, porque se puede disfrutar más, caminar por sus calles sin tanto barullo, escuchar misa tranquilamente y sentados. Pero lamento a la vez que ahora se viva en esa situación, porque muchas comunidades habían aprendido a vivir de los visitantes y representaba un ingreso importante para su familia.
Muchos amigos se sorprendieron al saber que habíamos ido al Chorrito, debido a las múltiples historias sobre la violencia en las carreteras; sin embargo, ahora que el Santuario recupera la tranquilidad, es importante saber que sus habitantes esperan con gran esperanza a los visitantes cada domingo y los reciben cálidamente. Vale la pena vencer los miedos y darse una vuelta para comer elotes, gorditas, un asado de puerco y comprar la emblemática calcomanía de nuestra visita al Chorrito, Santuario de Tamaulipas.
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