Más allá del barrio rojo
Por Clara García Sáenz
“Brujas es una de las ciudades más bellas del mundo”, decía la doctora Carmen Olivares que era una experta viajera; y es que hasta su nombre causa expectación, se dice que Brujas viene de vocablos antiguos que significan muelle o puente.
Al igual que Ámsterdam, a Brujas también se le conoce como la Venecia del Norte por la gran cantidad de canales con que cuenta la ciudad. Con más 1000 años de historia, conserva su casco antiguo casi intacto, lo que la ha convertido en patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO.
Cuando sus calles se recorren pareciera como si se está adentro de un cuento de hadas, la gran variedad de chocolates y de marcas de cerveza son las delicias de sus visitantes que se cuentan por miles diariamente. En la antigüedad gozó de gran influencia comercial por su capacidad de mover mercancías por sus aguas, pero su esplendor se fue apagando conforme otros puertos cercanos fueron creciendo y la influencia de otras potencias marítimas impusieron sus rutas.
Una parada breve al salir de París hacia el norte europeo permitió recorrer su casco a pie, disfrutar de sus calles estrechas, charlar con un pelirrojo que nos salió al paso y dijo ser de Michoacán mientras me canjeaba una moneda de 10 pesos mexicanos que, según dijo, convertía en llavero y lo vendía a buen precio, por una barra de chocolate belga.
Exquisita comida y cerveza acompañada de una copiosa lluvia nos permitió disfrutar de un paisaje misterioso y frío a pesar de ser verano; por la tarde rumbo a Holanda recordé a la doctora Olivares sentí nostalgia por su muerte, pero a la vez una alegría de coincidir en que ésta era una de las ciudades más hermosas que hasta ahora había conocido en mi vida. Tuve la sensación del deber cumplido.
Por la noche llegamos a Ámsterdam otra ciudad emblemática, donde el mercado del placer es la mayor atracción turistas, pasando muchas veces por alto la belleza de la ciudad, sus canales, sus fachadas, sus barcos, sus bicicletas, sus museos, que sitúan al viandante en un lugar donde el tiempo y el espacio se detiene como si pendieran de un delgado hilo donde el encanto de tan extraordinario paisaje fuera a desaparecer de pronto y se volviera una quimera.
Toda la belleza que destilan sus calles, se rompe, se ignora, desparece, cuando la mayoría pregunta ¿Dónde está el barrio rojo? Como si las vitrinas de prostitutas que son legales en la ciudad fueran por sobre todas las cosas lo más hermoso y atractivo.
La venta y el consumo permitido de marihuana y la pornografía, se pierden en diminutas calles del corazón de la ciudad atestada de turistas morbosos que buscan insaciables el espectáculo de prácticas que Occidente tolera en el resto de sus países pero que en su doble moral dice prohibir. Ante la imponente belleza de Ámsterdam estas callejuelas resultan ser una diminuta parte que las hordas de curiosos creen que son las más importantes.
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