La ciudad soy yo
Clara García Sáenz
Con recuerdos en estilo novelesco y recorriendo magistralmente todos los géneros literarios desde el periodismo hasta el ensayo, pasando por la prosa poética, Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura 2006, escribe el libro de memorias “Estambul” una extraordinaria obra donde habla de su niñez y juventud en esa ciudad turca, con un reto que contagia al lector para que este reflexione sobre sí mismo y el lugar que habita “la ciudad soy yo y yo soy la ciudad”.
La historia comienza con un juego perversamente imaginario donde él cree habitar otro espacio de la ciudad a través de un yo que le es desconocido; de esta forma nos induce a su mundo interior desde la mirada infantil de aquel que recuerda la inocencia con profunda claridad, a sus padres, su abuela, sus tíos y su casa.
La apuesta narrativa en tono biográfico abre desde el interior del niño que es, la posibilidad de describir a una ciudad palmo a palmo tomado de la mano de su madre, desde el coche de su padre, desde las ventanas de las mansiones familiares que de vez en cuando visita.
A partir de ahí, el lector tiene la posibilidad de conocer Estambul, desde las entrañas de las familias turcas que se debaten entre un pasado otomano grandioso, un presente confuso y un futuro al que aspiran occidentalizado.
Podemos entender desde adentro, el sentimiento de amargura de los musulmanes estambulíes, la tristeza permanente que la ciudad carga por una decadencia visible en sus construcciones, sus debates políticos, el amor por el pasado otomano, el odio por el presente.
Pamuk abre con este libro un diálogo para comprender el lugar donde oriente y occidente se encuentran cultural, política y racialmente. La lucha constante entre el presente y el pasado, lo musulmán y lo cristiano, lo sagrado y lo profano.
Es también una historia política, un ensayo cuidadoso de pintura y escritura otomana, es la recuperación de la memoria de aquellos que viniendo de Europa escribieron sobre Turquía. La descripción exacta del desprecio que los turcos sienten por los mismos turcos y su lucha por escapar de ser medidos por los extranjeros que los ven con distancia, queriendo abrazar y ser acogidos por los europeos porque saben que “occidente es la exacta medida de las cosas”.
Pamuk hace una apuesta con la ciudad decadente, triste o como él la llama, “en blanco y negro”, para verse reflejado en ella y asumir que él es Estambul y Estambul es él. Estableciendo una simbiosis entre la memoria, el recuerdo, la historia, el paisaje y sus sentimientos, sus emociones, sus aspiraciones, sus amores, sus frustraciones personales.
Así su apuesta final, más allá de la fuerza narrativa y la belleza literaria esta en señalar que somos la ciudad que habitamos y ésta es nosotros, aún en sus rincones más olvidados, de ahí que en la medida que nos amemos a nosotros mismos, podremos amar la ciudad donde habitamos.
Email: claragsaenz@gmail.com