Columna Rutinas y Quimeras

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Ese hermoso lugar en Occidente

Por Clara García Sáenz

Una de las experiencias más exquisitas que he tenido como viajera fue llegar a Barcelona, la primera sorpresa fue la plaza Cataluña; un taxista de origen paquistaní nos llevó desde el hotel hasta ahí, mientras nos platicó lo feliz que vivía en la ciudad a donde había emigrado diez años antes, recuerdo que con una gran sonrisa nos hablaba maravillas y dijo que nadie se arrepentía de visitarla, porque era muy bonita.

Al llegar, la plaza parecía estar sumida en una permanente fiesta, había músicos, malabaristas, estatuas vivientes y quien atraía la mayor parte de las miradas de los viandantes era un grupo caribeño que tocaba salsa con instrumentos de percusión que hacían bailar a cualquiera.

Grandes almacenes, la tienda oficial del Barsa, el metro y pocos pasos más adelante las Ramblas, cuyo ancho camellón central estaba atestado de gente que iba y venía sin cesar; aquello parecía una torre de Babel.

Ambrocio, que muchos años antes había estado ahí, volvía a encontrarse con la ciudad, me abrazó y me preguntó ¿te gusta Barcelona?, yo que no salía del asombro, alcancé a contestarle conteniendo la emoción, “esto no es España, esto es una gran capital europea”; porque nada de lo que había conocido del resto del país se parecía a ésta, que distaba mucho, incluso, del estilo madrileño.

Me dijo entonces, es tradición obligada de quien visite Barcelona camine por las Ramblas; así, apresurando el paso, dejamos a nuestras espaldas Plaza Cataluña y nos sumergimos en la multitud tomados de la mano para realizar ese paseo ritual.

Desde entonces, todas las veces que hemos estado en Barcelona caminamos por las Ramblas, en ocasiones entramos a la Boquería, ese mercado de comida exquisita para beber un jugo natural o comer un pescado fresco, en otras entramos a los bares o espectáculos que se ofrecen, compramos suvenir y al final del recorrido me emociona ver a Colón en ese imponente monumento donde apunta su dedo a las Indias.

Una vez entramos a disfrutar un espectáculo de flamenco en un teatro muy viejo, cuyo olor inspiraba cualquier novela del siglo XIX; incrédula, le pregunté a la vendedora que nos abordó en nuestro recorrido en las Ramblas ¿flamenco en Barcelona? ¿qué tan bueno puede ser? La joven que no pasaba de los 20 años me dijo con una sonrisa, yo aquí trabajo por comisión, pero los invito a entrar, si no les parece, al salir en taquilla les regresan la entrada.

Quedamos maravillados de la calidad del espectáculo y alguien después nos comentó que el ayuntamiento de la ciudad supervisa cada uno de los espectáculos que se ofrecen incluyendo los callejeros y que todos los artistas deben aprobar un examen para mostrar su calidad, ya que en ellos va también el prestigio de la ciudad.

Quien perpetró el atentado en las Ramblas sabía de antemano que no mataría españoles sino extranjeros y no estoy segura si su inteligencia les alcanzaría para comprender que esta acción afectaría la dignidad de tantos países que con sus muertos y heridos suman 34 nacionalidades.

A éste le antecede una serie de pequeños atentados contra el turismo, ahí en esa misma ciudad, donde algunos vecinos cansados de la invasión de turistas iniciaron campañas para protestar por el alto número de visitantes. El primero se realizó hace algunas semanas donde un grupo de jóvenes tomaron por asalto un turibus de doble piso, asaltaron a los pasajeros y le poncharon las llantas al camión, a esto le siguió una serie de pintas por la ciudad en contra del turismo, movimiento que recibió el nombre de turismofobia.

Hace 25 años que se realizaron las Olimpiadas en Barcelona, la ciudad trasformó su rostro, importantes obras de infraestructura se hicieron para modernizar la ciudad, limpiar los barrios bajos y céntricos, se eficientaron las vialidades, se embelleció el paisaje provocando que desde de la proyección internacional de los juegos, el número de turistas empezó a aumentar exponencialmente, volviese en los últimos años una molestia para sus habitantes al grado tal que en este verano la gente empezó a manifestar su enfado por las multitudes de extranjeros que alteraban la rutina, invadían los vecindarios, escandalizan en las calles.

En las primeras horas del atentado en las Ramblas la confusión no permitía saber con claridad si era yijadista o turismofóbicos. Ahora que las explicaciones de los hechos están cada vez más claras, queda en el aire la sensación de la confusión entre, ¿qué tanto estos jóvenes tenías claro lo que hacían y la fuerza de su alcance?, ¿no había en ellos algo más allá de una militancia islamista? ¿realmente eran conscientes de ofender a todo occidente al atacar un lugar donde lo que abundan son extranjeros más que españoles?, nunca lo sabremos, pero desde ahora ese lugar tan emblemático de la convivencia multicultural en Barcelona se convierte también en el testimonio de la intolerancia.

Reza en el pórtico de la iglesia del monasterio de la virgen de Monserrat una frase que da la impresión que sella el destino de esa tierra “Cataluña será cristiana o no será”. Esta sentencia parece marcarla como un lugar de lucha, de coyunturas, contrastes, de aspiraciones reprimidas por siglos.

Hoy, ante el referéndum independentista, el dolor del atentado terrorista, la turismofobia, los visitantes han bajado drásticamente y parece que por algunos meses los extranjeros dejarán de elegir este destino como favorito.

Barcelona con su Gaudí, su Mediterráneo, sus librerías, su barrio gótico, sus banderas independentistas que ondean en la Generalidad, su Mujer y pájaro de Miró, su Sagrada Familia, su plaza de toros Arenas convertida en centro comercial, su estadio olímpico en Montjuic, sus fuentes bailarinas, la Barceloneta, es sin duda un lugar para seguir disfrutando la pluriculturalidad y la vida como es en occidente.

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