La belleza escondida de Victoria
Clara García Sáenz
Más a menudo que de costumbre me doy el gusto de recorrer el Camino Real a Tula desde el puente San Marcos hasta el Eje vial, ya sea para hacer mi caminata matutina, para disfrutar el paisaje o para darles clase a mis alumnos de valoración de patrimonio cultural.
El Camino se encuentra en muy mal estado, una parte pavimentada, la otra con grava suelta, otra de tierra y un buen pedazo fracturado por un drenaje de aguas negras que viene desde la colonia Echeverría atraviesa la calzada Luis Caballero y revienta en la emblemática construcción de El Vergel.
Aun así, el Camino sigue siendo bello y disfrutable con casas viejas, antiguos jacales, grandes árboles y muy cerca, el murmullo casi imperceptible del río San Marcos. Hay ocasiones en que me da tristeza que este Camino esté abandonado; la primera calle de Victoria, la histórica entrada a Victoria, sea difícil de transitar y se encuentre olvidada.
El patrimonio cultural es una herencia del pasado que llega hasta nosotros de dos formas, porque nos ha sido legado conscientemente como una riqueza que ha sido valorada y conservada para las generaciones posteriores o por casualidad, habiendo corrido con la suerte de no haber sido destruido. Creo que este último caso es el del Camino Real, que al construirse otras vialidades cayó en el abandono y eso le permitió llegar hasta nosotros, si bien en malas condiciones, conservando su traza original.
Veo las anchas banquetas de cemento en la calle 17 y pienso en el Colectivo Ciudadano de breve y triste memoria que un día quiso revelarse contra la autoridad para defender el paisaje cultural de esa hermosa avenida, no sé que les pasó, pero fracasaron en un intento por demás tímido para lograr ser una fuerte voz ciudadana. “Eran demasiado fresas, Maestra” me dijo un alumno cuando alguien sacó a relucir el tema en la clase.
Entonces pienso que algo del excesivo cemento que empiezan a lucir las aceras del 17 podría servir para tapar, aunque sea algunos baches del Camino Real, pero el contraste entre estas dos calles permite comprender el riesgo permanente del patrimonio cultural. La fisonomía de la calle 17 ha tenido cambios drásticos desde su traza en el siglo XIX y muy poco de lo que entonces había se mantiene, la obsesión por la modernidad nos ha llevado a la destrucción permanente.
Por eso, tal vez sea mejor que el Camino esté en esa triste condición, mientras las autoridades no comprendan la importancia de la conservación del patrimonio cultural; porque en aras de modernidad y la obsesión de construir lo ya construido se corre el riesgo de terminar con la belleza natural que aún conserva.
Por cierto, más de uno se quedó con ganas de salir a defender palmo a palmo la calle 17. Pero dicen que nunca fueron convocados a realizar una verdadera protesta que obligara a las autoridades a desistir.
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