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Marco Antonio Meza-Flores
Teólogo y Psicoterapeuta
Vivimos en una sociedad quejumbrosa, nos quejamos de absolutamente todo, qué si el calor, que si el frío, que el mal gobierno, o los precios altos, que el escándalo de las peseras, la delincuencia que no cesa, el ruido del vecino, el mal trabajo del profesor, la escuela, Dios, el diablo, etcétera, la vida es muchas veces una gran queja.
La queja es una forma de darnos cuenta que no nos gusta la vida que llevamos, pero ¿hacemos algo por cambiarla? ¡Claro que no! Sólo inflamamos más y más nuestra quejitis, tenemos un quejadometro siempre activado, porque es más fácil poder culpar a los demás de mi mala suerte, mi mal empleo, mis malas calificaciones, mi mala ciudad, ¡claro, yo no soy tan malo como…!
La realidad es siniestra decía el psicoanalista francés Jacques Lacan, y ¿por qué siniestra? Porque está en constante cambio. Imaginen, nos quejábamos del presidente actual Enrique Peña Nieto, queríamos un cambio, ahora que ya logramos el cambio, ya comenzamos a quejarnos de Andrés Manuel López Obrador, y lo peor es que él todavía no toma el poder de presidente.
La queja es como la culpa, no sirve de nada si no cambiamos nuestras actitudes, sin embargo, es como un deporte, parece ser que entre más nos quejemos, más medallas ganamos. Ahora, no quiero decir que quejarnos está mal, ¡claro que no! Lo que creo es que de nada sirve la queja si no buscamos como cambiar la actitud, si seguimos repitiendo lo mismo, en las mismas circunstancias y luego creemos que los resultados deben ser diferentes a la primera vez, cuando eso es imposible.
Quejarnos es soltar al aire lo que no nos gusta, y repito, eso no está mal, pero lo que sí creo que está del nabo, es que no hagamos nada por cambiarlo, y eso es algo que veo muy constantemente en el consultorio, es más, mucha gente se queja de su obesidad, pero no deja de comer, o no empieza a hacer ejercicio; se quejan de sus malas relaciones, pero no se salen de ahí, siguen alimentando las relaciones tóxicas y hasta las promueven. La idea es quejarse, aunque no busquemos cómo resolverlo.
De ahí que creo necesario parar y tomar un poco de aire, preguntarnos ¿qué es lo que más me molesta? Después, quitar la idea del otro, porque eso de poner al otro como culpable de lo que me molesta es comenzar mal, la pregunta más clara sería ¿por qué me molesta tanto X o Y cosa? Ya analizado esto debemos preguntarnos como pregunta más importante ¿cómo lo resuelvo? ¿cómo hago que eso que me molesta deje de hacerlo? ¿qué herramientas, teorías, formas, cosas, etcétera, tengo, para que eso que tanto me molesta deje de hacerlo? La idea es buscar todas las alternativas que pueda para poder comenzar un camino de limpieza de la quejitis o inflamación de la queja, hasta anularla, y aprender a controlarme la siguiente vez que quiera quejarme.
Creo que hay mucho trabajo que hacer por nosotros mismos, hay mucho que tratar, en caso de que no puedas, busca la ayuda de un profesional, de uno bueno, no de uno barato, sino de alguien que sepa cómo ayudarte a ser mejor versión de ti.
Por lo demás, camina conmigo, te aseguro que no habrá tanta queja y si la hay, te prometo que siempre habrá una solución para que puedas ser mejor. Un abrazo.