Columna Camina Conmigo

380

Feliz Día del Padre

Marco Antonio Meza-Flores

Teólogo y Psicoterapeuta

Una de las celebraciones que hacemos porque “hay que hacerla” parece ser que es el día del padre, y lo digo así porque no se celebra como el de la madre. A ella se le hacen fiestas y carnavales, en algunas escuelas hasta se “tira la casa por la ventana”, es más, el 10 de mayo es día de la madre, pero el día del padre no tiene una fecha, pues es “el tercer domingo de junio… ¡El tercer domingo de junio!

Y es lógico, el arquetipo de la madre es deslumbrante, a la madre se le ve como una diosa, y al mismo tiempo como alguien a quien se le puede faltar al respeto, no escuchamos un “chinga a tu padre”, o tampoco un “me vale padre”, siempre se le menciona a la madre porque se cree que es “el mejor de los arquetipos”.

Algunos se preguntarán ¿qué es un arquetipo? Un arquetipo es una figura o símbolo mental que tenemos todos en el mundo, y que nos dice que algo es “bueno” o “malo”, aunque no lo sea, y que construye una idea de lo que “debemos” pensar, como Jesús “el cristo”, diablo, Dios, padre y madre, etcétera. La idea del arquetipo es que se conozca y que se tema… o se adore.

El día del padre más parece un simple día, y es probable que sea así porque en América Latina y el Caribe parece que el padre está ausente, o que es un verdugo, y como dice el poema de Hector Gagliardi que creo que es lo mejor que puedo hacer para cerrar:

Poema al padre

Oye negra, ¿Te puedo hablar? Ya los chicos se han dormido así que, así que deja el tejido que después te equivocas.

Hoy te quiero preguntar. Por qué motivo las madres amenazan a sus hijos con ese estribillo fijo de ¡Ah, cuando venga tu padre!

Y con tu padre de aquí y con tu padre de allá, resulta que al final al verme llegar a mí lo ven entrar a Caín y escapan por todos lados. Y yo, que vengo cansado de trabajar todo el día recibo de bienvenida una lista de acusados.

Tú empiezas con tus quejas y yo tengo que enojarme, Igual que hacía mi padre al escuchar a mi vieja. Entraba a fruncir la ceja apoyando a ese fiscal, que en medio del temporal se erigía en defensora, lo mismo que tú ahora que siempre me dejas mal

Si los perdono, ¡qué ejemplo! ¡es así como los educas!

Si los castigo, ¡eres bruto! ¡no tienes sentimientos!

A mí, a mí que llegué contento, y no tuve más remedio que poner cara de serio y escuchar tu letanía.

A mí, a mí que me paso el día pensando en jugar con ellos, yo sueño en llegar a casa, y olvidarme felizmente del trabajo de la gente y de todo lo que pasa. Los hijos son la esperanza y el porqué de nuestras vidas.

Por eso nunca les digas ¡ah, cuando venga tu padre!

No quiero encontrar culpables, quiero encontrar, alegría, que no me pongas de escudo como lo hacía mi madre, que consiguió que a mi padre, lo imaginara un verdugo.

Él llegaba y te aseguro, que se acababan las risas. Y en lugar de una caricia, o hablarle como a un amigo, lo miraba compungido presintiendo una paliza, y el pobre que me entendía, sacudiendo la cabeza escuchaba con tristeza lo que mi madre decía, y que él, y que él de sobra sabía.

Que con éste no se puede que me pinta las paredes que trajo las suelas rotas que la calle la pelota que me saca canas verdes. ¡a la cama sin cenar! Aburrido me ordenaba, mi madre me consolaba y yo, yo lo culpaba a él, a él que había llegado recién de trabajar, cansado y ya lo había yo amargado con todas mis travesuras.

Los hijos nunca analizan el sentimiento del padre, porque el brillo de la madre es tan fuerte, que lo eclipsa, sólo le hacemos justicia cuando nos toca vivir a nosotros su problema.

¡Ay!, si mi padre viviera ¡que recién lo comprendí! Y porque nunca me dijo lo mucho que me quería. Si hoy yo sé cuánto sufría al ver enfermo a su hijo. Porque me miraba fijo el primer pantalón largo. Y sé, y sé que, hasta me habrá besado cuando yo estaba dormido.

Hoy que todo lo comprendo. Por qué no estás a mi lado. Por qué no estás ahora para besarte bien fuerte viejo lindo. Y ofrecerte mi cariño a todas horas. Ves a tu hijo que llora, pero llora con razón.

Porque te pide perdón pensando en aquellos días, en que ciego no veía que eras puro corazón. ¡Déjame negra! ¡Qué llore! ¡Es tan lindo desahogarse!

En fin, veamos… veamos que hacen nuestros futuros señores. Mira esos pantalones, tápale un poco a la nena, sí, sí, ya sé no me lo digas, hoy se fue a la calle sola.

Acuéstate rezongona, mañana… mañana será otro día.