Relato para el insomnio

Por Américo Rodríguez

El señor Archer, un tipo sombrío que todas las mañanas solía ir almorzar a la misma cafetería que su padre frecuentaba. Leer el periódico era de uno de sus tantos placeres matutinos, pues ahí recobraba sentido seguir viviendo y saber que los demás también lo intentaban. De piel trigueña, pómulos marcados, mentón prominente, pelo crespo y de aspecto desaliñado; preexistían en él, todos los hábitos que bien puede guardar una persona a lo largo de su vida, y sentirse heredera y dueña de ellos.

Pareciera que el señor Archer, no solo transitaba por el frio umbral de la soledad, sino, recorría la desdicha de jamás ser flechado, pues a sus 57 años, nunca había experimentado aquel sentimiento llamado “amor”. Creía desde su infortunio, que, amar era una superstición, un estado mental de debilidad para quien se dejase arrastrar ante bellaca manifestación. Eros no tuvo la bondad de irle a visitar.

De mirada taciturna, perdido entre sus libros, con un andar desmesurado, aquel mismo andar que le había otorgado el mote de “Pasos Lentos”. Era la figura indiscutible del sentirse ahogado entre alcohol y un poema de Bertolt Brecht, vivir por vivir, y esperar con los brazos abiertos al ocaso. Sin embargo, para él la rutina lo era todo, casi una religión en la que se alzaba desde la cima: el vicario de Dios. Claro que, el señor Archer, al igual que su padre, su abuelo y bisabuelo, habían engendrado una aversión hacia lo divino. Creían que la especie humana no estaba atada a ningún estigma, ni al pecado original emanado del génesis. Su Ateísmo, estaba cimentado en los preceptos Nietzscheanos.

Alojado en el número 609 de la calle Bodin, se le podía ver por un ventanal que daba directamente con la arboleda sentado en su sillón Mies van der Rohe; leía sin dejar pasar ningún día, el mismo pasaje de La Divina Comedia: “Cada cual volverá a su triste tumba, retomaran su carne y su apariencia, y oirán aquello que atruena por siempre…” (Aquella línea, la atesoraría día a día, pues la catalogaba como la fiel descripción de su efímero desenlace, y posible redención). Las 5:00 am la hora habitual.

Cierta mañana otoñal, recorría el paso de Rudahar, saliendo desde la taberna del viejo Hamm, desde donde se podía ver la abandonada fábrica de los Weisel; familia adinerada de origen judío, quienes llegaron en barco desde tierras teutonas, transportando todo tipo de mercancías, especias, así como de sus tradiciones, técnicas de cultivo, y el habido intelecto por sobresalir en tiempos de penuria, sin olvidar el Talmud.

Padres fundadores de Ardämm, los Weisel invirtieron su capital en aquella remota región, la cual les recordaba la tan anhelada tierra prometida, donde prosperaron y se hicieron de renombre. Se les achacaba la leyenda negra del gusto por lo sobrenatural, de recolectar todo tipo de artilugios arcaicos, y de ser seguidores de ciertas deidades primigenias, como las que H. P. Lovecraft situó en sus relatos más allá de los Eones, donde el tiempo se arremolina en la infinitud de la nada.

Recolectando cada una de las miradas furtivas de sus odiosos vecinos al recorrer el paso de Rudahar, por fin pudo llegar a casa de Rita Mertens, una antigua compañera de trabajo, conocida por enviudar 5 veces y no haber procreado ningún hijo. Esa misma mujer, ahora le abriría la puerta para mostrarle un escrito de lo más extraño, el cual, le fue obsequiado en unos de sus viajes en oriente próximo. Propiamente el barrio de la Gálata en Estambul.

De igual manera, Rita Mertens se arrepentía por no haberle confesado su delirante ardor al hombre que se encontraba esperando a ser recibido e invitado a pasar a su morada.

La casa contaba con un siglo y medio de antigüedad; fungiendo como sede regional de la Orden Rosacruz (un secreto a voces), así como de refugio ante las calamidades que la madre naturaleza mandaba a la comunidad de Ardämm. El estilo victoriano era imponente, desde la planta baja hasta el 2do piso; el sótano era otro cantar. Rita Mertens fue directamente al grano -¿Habías visto algo semejante… tienes conocimiento sobre escritura antigua y paleografía, no es así?- exclamo ante el asombro del señor Archer.

Paso horas revisando y analizando el singular escrito. Antes de esbozar algún comentario, el señor Archer recordó que años atrás cuando Rita Mertens y el eran compañeros en la biblioteca, jamás le había preguntado cuales habían sido los motivos por los cuales había muerto cada uno de su esposos. Sintió una enorme curiosidad, recorriéndole desde la punta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza.

Al levantar su mirada, su anfitriona había desaparecido, no había rastro de ella en aquella sala… solo el vestido verde de lunares blancos que con elegancia portaba era quien lo acompañaba desde el suelo. Dudo en retirarse e ir a la taberna por unos cuantos tarros, y así olvidar aquella rara escena. No obstante, prefirió ir en búsqueda de su antigua colega.

De las paredes colgaban cuadros donde se hallaban retratados los miembros de la familia Mertens. Extrañado, el señor Archer se detuvo en uno de ellos, el cual mostraba a una joven Rita Mertens, solo que había un pequeño detalle, el cuadro estaba fechado en 1917. Escucho un murmullo que provenía de la parte de arriba; subió trastabillando, sosteniéndose de un endeble barandal. Aquel murmullo se dejó de escuchar por completo al llegar a la planta alta, pero un hedor putrefacto se había apoderado del ambiente. Las escaleras plegadizas del atico se encontraban abajo, invitando a entrar a quien fuera que estuviese en aquel momento.

Todo permanecía en medio de una envolvente penumbra. Aventurándose a prender su encendedor, con el cual se alumbro escasos centímetros, el señor Archer se sintió nuevamente solo; volviéndose a encontrar en aquel umbral que le había provisto de soledad. Su vida había transcurrido en un breve instante que se alejaba, perdiéndose para nunca más volver.

El cuerpo de Rita Mertens fue encontrado una noche de víspera de año nuevo, dentro de un baúl que había sido enterrado junto a la arboleda. Misma arboleda que se encontraba a un costado de la casa del señor Archer. Los peritos arrojaron dentro de las indagatorias, que el cuerpo, de manera extraña y milagrosa, se había mantenido intacto por alrededor de 2 décadas. Junto a ella, también se encontró una nota que decía: “No encuentro solas en esta cálida noche. Desde el adiós, hasta el partir de aquel viernes fulgurante el cual resuena en mi memoria. Perdámonos como aquella noche. Como si el tiempo se detuviera y nos permitiese fundirnos por el deseo de Eros… y que el mezquino destino nos marque en un eterno fuego”.

Del Señor Archer nunca se supo jamás, tan solo quedo el pútrido hedor en aquel oscuro ático.