Columna Avenida Girón

Anarquismo: ayer, hoy y siempre

Diego Abad de Santillán

Infinidad de veces se ha abordado el anarquismo en sus distintas denominaciones, tales como: socialismo utópico, comunismo libertario y el sindicalismo revolucionario. Su mención es recurrente dentro de la opinión pública y los medios de comunicación, apelando a la inmediatez de los hechos, mismos que se han reproducido constantemente pero tienden a tener una tergiversación del verdadero significado, y digo verdadero significado, pues, al existir un desconocimiento sobre la línea de pensamiento, la respuesta a ello ha sido una aversión, estigmatizándole hasta llegar al absurdo de la sátira, tal y como se piensa al ver a jóvenes exiliados en el anonimato arrojando bombas molotov, y a su vez ocasionando destrozos en la vía pública. Siendo así, lo que se concluye es partir de la interpretación de lo que se entiende por anarquía y no sobre el anarquismo.

La acracia o el anarquismo como es mejor conocido por el vox populi, ha ido evolucionando a través de los años, se ha ido adaptando al contexto por consecuencia de las vicisitudes que ha ido sorteando, los infortunios que le han llevado de ser una fuerza de acción directa, a pasar por la muy necesaria clandestinidad; si bien el anarquismo pareciera algo fuera de este tiempo, anacrónico para muchos, mantiene una vigencia boyante al estar inmerso en un fulgurante estallido de movimientos sociales que han irrumpido en el plano Latino Americano. No obstante, no queda exento de ser considerado una doctrina con tintes utópicos, cayendo en el idealismo sin ningún reflejo de la realidad. Al menos así es como se le ha denostado por ciertos grupos contrarios a la causa libertaria.

Podemos hilar a partir de su historia, que, con sus altas y bajas, mantiene la misma tesis –tal y como hace mención Javier Paniagua en su libro “Breve Historia del Anarquismo”— que se fecundo en el último tercio del siglo XIX con la influencia de los libres pensadores provenientes de la Ilustración, el Liberalismo, sin dejar a un lado a los economistas clásicos: “una sociedad sin estado ni autoridad establecida por cualquier procedimiento que busque reglamentar y normalizar las libre determinaciones de los hombres y mujeres en su convivencia”.

Sin embargo, la radicalización también ha sido una constante, misma que tiene como escuela los actos ejercidos por anarquistas italianos, rusos, y evidentemente de La Mano Negra, la cual fue una organización –para algunos investigadores jamás existió, solo fue una justificación para reprender a los miembros anarquistas— secreta militante internacionalista, que opero en Andalucía (España), perseguida por atribuírsele una serie de asesinatos, incendios de cosechas y edificios con un gran carga simbólica.

La violencia con la que se ha relacionado frecuentemente al anarquismo, ha correspondido en torno a la supuesta vida social asignada por la fuerza de sus actos, esto –irónicamente— ha fungido como ley universal, cuando la realidad, a partir de estudios sociológicos e históricos, es una invención de proporciones mitológicas, ya que si bien se sabe sobre ciertas actividades, en su contexto, estas quedan reducidas a fugacidades mancilladas por los sectores en el poder, llegando al punto de oprimir la voluntad en arias de alcanzar la tan anhelada emancipación.

Distintos episodios ha vivido el anarquismo, donde la violencia ha repercutido en su discurso, así hace mención de ello Juan Maestre Alfonso: “se hace necesario recalcar que el terrorismo (o la violencia) no es algo integrante del anarquismo, ni tampoco esencial, como vulgarmente se cree. Son sólo medios utilizados en diversas épocas y por determinados grupos, sobre todo en aquellas etapas en la represión es más fuerte”. No significa hacer una defensa en torno a lo que se provocó o se sigue provocando, sino, es poder comprender desde otra perspectiva el porqué de los actos, ya que la generalización recorre todo el movimiento, aun cuando han existido actores que desprecian dichas actividades, optando por el pacifismo.

Un ejemplo seria el pensador y ermitaño estadounidense Henry D. Thoreau, quien plasmaría en dos ensayos, todo su pensar: Una vida sin principios y Desobediencia Civil. Tal vez estos dos textos no equiparan a lo que por antonomasia represento Walden, escrito en el que el autor narra su estadía por más de dos años en el bosque, recluido en una cabaña que el mismo construyo, donde por medio de la autogestión, el ocio y comunión con la naturaleza, se definiría como un hombre cabal, sin prejuicios, pero sobre todo, libre de la vida esclavista que la industria ha opto por denominar “trabajo”.
Su estructuración ha ido convergiendo mediante un proceso de larga duración, aunado a posicionarse como una historia de tiempo presente; las exigencias han ido cambiado de naturaleza, de la organización por causa a la militancia sindical, distintos detractores y simpatizantes, mantienen una discusión de su pureza, recordando lo que el filósofo transterrado José Gaos dicto en sus Notas sobre Historiografía “no existen ni pueden existir objetos absolutamente puros de todo ingrediente oriundo de los sujetos”. En este punto es cuando se hace una ruptura entre quienes simpatizan a ultranza, los escépticos y aquellos que se sienten tentados por el halo romántico que ha imperado en la Acracia.
Su epicentro lo podemos localizar en la Europa de mediados del siglo XIX, cuando la Primera Internacional o la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) agrupo, tanto a sindicalistas de Inglaterra, socialistas franceses, italianos republicanos y a los anarquistas, quienes tenían un estatus mayor a sus pares. Evidentemente, el movimiento no solo quedó relegado a sus actividades intelectuales en el viejo continente, sino, llegaron las ideas a bordo de los barcos, mismas que provenían de los 4 grandes Ácratas en la historia (Bakunin, Malatesta, Proudhon y Kopoptkin) tocando puertos con la finalidad de liberar, tanto a hombres como mujeres, del yugo capitalista y la opresión institucional.

La región que más influyo para lo que aconteció en México, fue sin lugar a dudas Barcelona. Una ciudad industrial, con una fuerte carga política en toda España, donde los gremios se reacomodaron bajo el estandarte del anarco-sindicalismo, optando por la unidad bajo la primicia de “todos por igual”. Las huelgas dieron paso a una mejora futura, salarios decorosos para los obreros, así como una educación insumisa. El movimiento libertario agremiado, penetro en las vidas más marginales, cambiando sus formas de pensar y de accionar.

Lo que antes fue Villa Cecilia y ahora es Madero (Tamaulipas), fue el punto coyuntural –atreviéndome a decirlo— del anarquismo o propiamente del anarco-sindicalismo en la zona, teniendo injerencia a través de las publicaciones propagandísticas que, personajes como Esteban Méndez, Librado Rivera entre otros, cimbraron la pasividad del puerto Tamaulipeco en la década de los 30´s, no con el uso de la fuerza física, sino, con la inventiva intelectual que supuso el uso de la prensa a fin de interactuar con los sindicatos que eran representados en dichos periódicos, entre los que destacan El Sagitario y Avante. Los dos abiertamente anarquistas.

Habría que preguntarse ¿Es el Anarquismo un reducto social o es el siguiente nivel en cuanto a un mejor porvenir? Aun no es momento de responder, pues es menester primero el comprender fuera de todo prejuicio, y después revalorar su importancia, tanto para el conocimiento como para su uso.