Carlos Mendoza y su mirada sobre el río humano de migrantes

TAPACHULA, Chiapas.- Con una pierna menos de cuando se dejó llevar por las aguas del río migratorio que tira al norte, Carlos Mendoza, originario de Tapachula, pasa el día viendo pasar el río humano de los nuevos migrantes, ahora procedentes del Caribe y África, además, claro, de Centroamérica.

Bajo un pequeño cobertizo, sentado en una silla rústica, con su muñón envuelto en una venda y colgando en sus dos muletas, se dedica a medir el tiempo. En la pierna que le queda exhibe el tatuaje de un rostro femenino. A su lado, sobre una mesita, seis relojes digitales pequeños, apenas la carátula y el botón del cronómetro, marcan los tiempos de las camionetas de transporte que tienen su base en el otro lado de la carretera, justo enfrente de Mendoza.

Vigila salidas y llegadas, registra los turnos. Aquí termina prácticamente la zona urbana de Tapachula. No lejos del “río” de asfalto corre el temperamental río Coatán. Mendoza toma nota, acciona cada relojito cuando sale su respectiva camioneta, saluda al chofer y reanuda la conversación con un joven de aspecto inquietante y manos manchadas de vitiligo un día, o su partida de baraja al día siguiente.

“Estos haitianos casi no viajan en colectivos, caminan”, señala carretera abajo, a donde acampan congoleños y haitianos en su desesperado asedio a la estación migratoria Siglo XXI, centro de detención de indocumentados y sede de las oficinas del Instituto Nacional de Migración. Allí, tal vez, serán expedidos los documentos que regularicen de alguna manera a estas personas. Los hay que vienen diario desde Tapachula a ver si salieron sus documentos, los hay que rentan un espacio por aquí, o de plano acampan en los prados y el estacionamiento de la estación Siglo XXI. Los hay que vienen a preguntar por sus familiares detenidos.

Mendoza no lo especifica, pero se sabe que son frecuentes las aprehensiones y redadas en estas camionetas. Por eso los extranjeros prefieren ir y venir a pie para incursionar en Tapachula.

Realmente no tiene opinión sobre el fenómeno. Él mismo buscó el sueño, lo conoció y en una de sus idas lo soltó La Bestia en las vías del tren y perdió la extremidad izquierda abajo de la rodilla. Había sido soldado, y sucumbió a la costumbre, moda o necesidad de cruzar a Estados Unidos a buscar dólares y, con suerte, una nueva vida. Tras una larga convalecencia y un peregrinar por hospitales y casas de asistencia, regresó al terruño.

Por acá todo apunta al norte. Apenas termina el puente internacional en Ciudad Hidalgo, una de las dos entradas a México sobre el río Suchiate, y ya proliferan los anuncios de viajes directos a Tijuana, Ciudad Juárez, Hermosillo, Culiacán, Reynosa o Matamoros. Se dice fácil: nada garantiza que no serán interceptados, más pronto que tarde, por la migra o la policía.

Aquí comienza el camino al norte para los mexicanos. Ésta fue la “escuela” de Carlos Mendoza. Como la desgracia lo obligó a retornar y estar casi inmóvil, su materia de trabajo ahora es el tiempo de otros.