Discurrían las horas con placidez
cada vez que sus caderas tibias
volvían retorciéndose
en el ardor de mis muslos callados
donde el sorbo de sus deseos
hacía lujurioso convite
en la oquedad de mi abismo.
Me entregaba alborozada, plena,
fresca y sin doblez alguno
a la quietud divina de su fantasía
copulando entre los bostezos
de un tierno albor susurrante
hasta la vigilia secreta
que suspiraba enardecida.
Juany Hernandez
Mariposa Negra
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